Thursday, January 16, 2014

Algunas odas de Horacio


Horacio lee ante Mecenas. Fiodor Andreievich Bronnikov, 1863

          A  Pirra


          Wordsworth dejó dicho que la poesía tiene su origen en una emoción evocada en la serenidad ("an emotion recollected in tranquility"). Pero no dijo qué  emoción. Bastantes siglos antes Quinto Horacio Flaco había escrito gran parte de sus poesías en la casa de campo que le ofrecía el escenario ideal para evocar sus emociones y deleitarse en sus ensueños con tranquilidad, como dice en una oda, "bebiendo vino bajo la parra". La vida activa la vivía en Roma, o si acaso también en Tívoli donde tenía otra casa; y esta vida activa le deparaba las emociones que después se plasmarían en sus versos. Pero estas emociones no eran, como seguramente pensaba Wordsworth cuando formuló su célebre definición, de orden místico o espiritual o ni siquiera excesivamente sentimental: las experiencias que en Roma dejaron el poso que más tarde inspiraría sus poemas en la calma del paisaje sabino fueron, sí, amorosas, pero de amores frustrados, de pasiones sin futuro con mujeres ya entonces liberadas. Son los celos los que mueven la pluma de Horacio en muchos de sus poemas, el ardor del deseo insatisfecho, la envidia de rivales más afortunados. También lo que mucho más tarde se llamaría misoginia, porque los hombres romanos admiraban y temían a las mujeres, pero no las respetaban. Pirra  fue una de esas mujeres que, gracias al estro del poeta, ha llegado hasta nosotros viva y sensual, más quizás que los hombres que cruzaban por su vida como sombras, prescindibles, fáciles de sustituir. Uno de ellos fue Horacio, y la historia que narra su oda es la de un naufragio, como expresan los últimos versos: el naufragio de sus sentimientos.


Oda I, 5

A  Pirra


¿Qué joven, Pirra, te estrecha en sus brazos
Grácil, perfumado, en lecho de rosas,
Bajo la fresca bóveda yacentes?
¿Por quién te anudas la dorada trenza
Con simple elegancia? !Ay! cuantas lágrimas
Le harán verter los dioses veleidosos
Y su fe escarnecida, con qué asombro
Verá el oscuro viento que estremece
 El mar tempestuoso, cuando ahora
Crédulo goza de su áureo tesoro
Y confiado espera poseerte
A sus deseos siempre complaciente,
Sin recelar de la traidora brisa.
Pobres de aquellos que sin conocerte
Se dejen deslumbrar por tus encantos;
En cuanto a mí, ya en el sagrado muro
Un exvoto proclama que hice ofrenda
Al dios del mar de mis mojadas prendas.

          Ad Pyrrham - Quis multa gracilis te puer in rosa - Perfusus liquidis urget odoribus, - Grato, Pyrrha sub antro? - Cui flavam religas comam - Simplex munditiis? Heu! quoties fidem - Mutatosque deos flebit, et aspera - Nigris aequora ventis, - Emiratibur insolens, - Qui nunc te fruitur credulus aurea, - Qui semper vacuam, semper amabilem - Sperat, nescius aurae - Fallacis! Miseri, quibus - Intemptata nites! Me tabula sacer - Votiva partes indicat uvida - Suspendisse potenti - Vestimenta maris deo.


          A mis camaradas

          En las salas de estatuaria grecorromana del Louvre, en París,  hay una escultura de cuerpo entero de una dama, vestida y peinada discretamente a la moda de la Roma republicana; sus facciones no son irregulares, pero tampoco destacan por una belleza especial. Su nariz es proporcionada: no debió de ser esta la semblanza que inspiró a Pascal cuando escribió que la historia de la humanidad habría cambiado si la nariz de Cleopatra hubiese sido más corta. Porque en viejas guías del museo podemos leer que el modelo de esta escultura fue Cleopatra, la reina de Egipto. En efecto, no es ilógico pensar que, en su tiempo, no solamente la reina sino todas las damas de alcurnia del arco mediterráneo vistieran a la manera romana; olvidémonos de Elisabeth Taylor y Claudette Colbert, disfrazadas de pecaminosas hetairas orientales por la fantasía de los estudios de Hollywood. Cleopatra, la modosa señora romana del Louvre, es la protagonista de esta oda, que debería estar dedicada a ella y no a los compañeros de juergas del poeta.

          La batalla naval de Accio, en la costa occidental de Grecia,  marca el final de las guerras civiles romanas y también el fracaso de Cleopatra en su intento de hacerse con el poder en Roma. La reina egipcia había aceptado primero la intervención romana de Julio César para afirmarse en su inseguro trono - el sistema de sucesión de la dinastía ptolemaica se fundaba en el incesto y el parricidio - pero después, ya instalada en la metrópoli con el conquistador conquistado, sus planes cobraron una dimensión mucho más amplia. Cleopatra se veía reina de Roma, desposada a Julio César; el asesinato de éste dio al traste con el proyecto, pero no con los manejos de la reina, que de regreso a Egipto probó de nuevo con Marco Antonio. La derrota de la flota antoniana frente a la de Octavio puso fin a las aspiraciones de Cleopatra y dio inicio al reinado de Augusto, del que Horacio fue un intelectual orgánico. De ahí la oda conmemorativa, que parece un poco un poema de encargo. Horacio calumnia sin dar nombres a Marco Antonio y sus seguidores (entre los que se contaban algunos de los generales más distinguidos de Roma) y a la propia reina, pero no puede disimular su admiración por ésta, que, "aunque mujer" ("muliebriter"), fue capaz de suicidarse por no caer en manos de los romanos.  Cleopatra debió de ser una mujer  inteligente, valerosa y hábil.


Oda I, 37
A mis camaradas


Es hora de beber, amigos míos,
De batir con pie suelto las baldosas
Y aprestar la almohada de los dioses
Para un banquete digno de los salios.
Antes habría sido sacrilegio
Sacar de la cava el vino cécubo
De los ancestros, mientras una reina
Tramaba enloquecida la ruína
Del Capitolio y los funerales
Del imperio, con su torpe caterva
De hombres depravados por el vicio,
Poseída de una ciega esperanza
Y embriagada por la dulce fortuna.
Mas cuando apenas si una nave sola
Sobrevivió a las llamas, su delirio
Se apaciguó, y su mente perturbada
Por los vahos del vino mareótico
Vio que se hacían ciertos sus temores
En su huída de Italia, cuando César
La persiguió con sus raudos trirremes
Como el halcón persigue a la paloma
Desvalida, o el cazador ligero
A la liebre en las nevadas praderas
de Hemonia, para atar con cadenas
Al fatídico monstruo; pero ella
Deseosa de una muerte más noble,
Aunque mujer no se mostró cobarde
Ante el puñal, ni en sus veloces naves
Buscó refugio en remotos parajes.
Valerosa, el semblante impasible,
Contempló las ruinas de su reino
A las fieras serpientes entregándose
Sin pavor, y dejando que el veneno
Invadiera cruel todo su cuerpo.
Orgullosa de la muerte elegida,
Con ella despojó a las feroces
Naves liburnas del excelso triunfo
De llevar a una mujer que fue reina
Prisionera, pero nunca humillada.

          Ad sodales - Nunc est bibendum, nunc pede libero - Pulsanda tellus; nunc Saliaribus - Ornare pulvinar deorum - Tempus erat dapibus, sodales, - Ante hac nefas depromere Caecubum - Cellis avitis dum Capitolio - Regina dementes ruinas, - Funus et imperio parabat, - Contaminato cum grege turpium - Morbo virorum, quidlibet impotens - Sperare, fortunaque dulci - Ebria. Sed minuit furorem - Vix una sospes navis ab ignibus: - Mentemque lymphatam Mareotico - Redegit in veros timores - Caesar, ab Italia volantem - Remis adurgens, accipiter velut - Molles columbas, aut leporem citus - Venator in campis nivalis - Haemoniae, daret ut catenis - Fatale monstrum: quae generosius - Perire quaerens, nec muliebriter - Expavit ensem, nec latentes - Classe cita reparavit oras: - Ausa et jacentem visere regiam - Vultu sereno, fortis et asperas - Tractare serpentes, ut atrum - Corpore combiberet venenum. - Deliberata morte ferocior: - Saevis Liburnis scilicet invidens - Privata deduci superbo - non  humilis mulier triumpho.


          A Licinio
   
          Esta oda contiene la expresión "aurea mediocritas" que resume la filosofía de la vida de Horacio,   una suerte de hedonismo (o epicureísmo) matizado de amargura y escepticismo. En modo alguno Horacio entendía este concepto peyorativamente, y tampoco nosotros hemos de entenderlo así. En un mundo posterior condicionado por los sublimes y poco asequibles valores del cristianismo, o más tarde por la exaltación romántica que aún se deja sentir en nuestros días, la áurea medianía puede parecer la preferencia por un pasar mediocre,  una renuncia a toda aspiración noble frente al afán de seguridad. Pero en realidad es un ideal difícil de alcanzar: el del equilibrio de nuestros deseos y pasiones, lo que alguien definió mejor cuando dijo que la moderación es la expresión más alta de la inteligencia. Horacio era de origen modesto, hijo de un esclavo liberto y había conocido la guerra civil, en la que además militó en las filas perdedoras, con Bruto y Casio contra Octavio y Marco Antonio. El haber sobrevivido a esta experiencia, su condición de  poeta digamos "oficial" del imperio - aunque probablemente siguiera estando presente en las listas de la policía de Augusto como antiguo desafecto al régimen - y su dependencia en lo económico y lo social de su amigo íntimo Mecenas, el hombre más importante de Roma que le regaló una pequeña finca, eran razones sobradas para extremar la discreción y la prudencia. Licinio Varrón Murena, el destinatario de esta oda, era un poderoso personaje romano, cuñado de Mecenas, que fue ejecutado por haber conspirado contra Augusto. Más le hubiera valido hacer caso de las admoniciones de Horacio, porque la ambición es una de las pasiones que ha de evitar quien quiera conformarse a la "aurea mediocritas". Acaso el poeta barruntaba algo de los proyectos de Licinio, y quiso así ponerlo sobre aviso de modo indirecto.


Oda II, 10
A Licinio


Has de vivir, Licinio, con mesura;
La vida no es surcar constantemente
El alta mar, ni a la insegura costa
Arrimarse por miedo a las tormentas.
El que prefiere la áurea medianía
Rehuye los decrépitos tugurios
Al igual que, discreto, menosprecia
Los palacios donde mora la envidia.
Con mayor fuerza sacuden los vientos
Los pinos más grandes, las torres altas
Caen con más estruendo y es en la cumbre
Donde el rayo fulmina a la montaña.
Has de templar el pecho a los vaivenes
Del destino, mantener la esperanza
En tiempos de infortunio, y de la suerte
Recelar aunque te sea propicia.
Júpiter trae los inviernos atroces
Y también se los lleva. Si el presente
Es difícil, no siempre habrá de serlo;
A veces Apolo no tiende su arco
Mas despierta a la Musa con su cítara.
Ante la adversidad muéstrate fuerte
Y valiente, pero amaina tus velas
Cuando el viento las hinche demasiado.

          Ad Licinium - Rectius vives, Licini, necque altum - Semper urgendo, necque, dum procellas - Cautus horrescis, nimium premendo - Litus iniquum. - Auream quisquis mediocritatem - Diligit, tutus caret obsoleti - Sordibus tecti, caret invidenda - Sobrius aula. - Saepius ventis agitatur ingens - Pinus: et celsae graviore casu - Decidunt turres: feriuntque summos - Fulgura montes. - Sperat infestis, metuit secundis, - Alteram sortem bene praeparatum - Pectus. Informes hiemes reducit - Juppiter, idem - Summovet. Non, si male nunc, et olim - Sic erit; quondam cithara tacentem - Suscitat Musam, neque semper arcum - Tendit Apollo. - Rebus angustis animosus atque - Fortis appare: sapienter idem - Contrahes vento nimium secundo - Turgida vela.


          A Taliarco

          En esta oda aparecen prácticamente todos los temas de la poética horaciana: la evocación de la naturaleza, que como nuestras vidas está sujeta a los designios de los dioses, la imposibilidad de conocer el futuro, el calor del hogar - y sabemos cuánto amaba el poeta la casa de campo que le regaló Mecenas - la exaltación del vino, que en algunos intelectuales, en particular anglosajones, parece inspirar una especial simpatía por Horacio y, naturalmente, la relación hedonística con la mujer. Los eruditos dicen que Taliarco es un personaje inventado (aunque esto lo dicen de casi todos los interlocutores de Horacio) porque el nombre significa en griego "el rey del festín"; pero  para nosotros es muy real la imagen de un joven, quizás llamado de otro modo, que en una noche de invierno escucha junto al fuego, un poco distraídamente tal vez, los consejos de su hermano mayor.


Oda I, 9
A Taliarco


¿No ves la alta nieve que blanquea
La cumbre del Soracte, los ramajes
Que abrumados se encorvan, la corriente
Truncada por el hielo que la apresa?
Pon más leña en el fuego !oh Taliarco!
Guarécete del frío, y con largueza
Escancia el vino añejo que conservas
En la sabina jarra de dos asas.
Deja el resto a los dioses, que domeñan
Los vientos sobre el mar embravecido
Y aquietan el ciprés y el viejo olmo.
No intentes conocer lo que te espera;
Acepta como un don el día cierto
Que la fortuna quiera depararte.
No desdeñes las danzas en los corros
Ni los dulces amores, hijo mío,
Mientras tus verdes años no ensombrezcan
Las tristes canas de la edad tardía.
Te aguardan en la plaza, en el paseo
A la nocturna hora los murmullos
Suaves del amor, la risa alegre
De la muchacha en su rincón oculta
Que ofrece y niega a un tiempo como prenda
La alhaja de su brazo, de su dedo.

          Ad Thaliarcum -  Vides ut alta stet nive candidum - Soracte, nec jam sustineant onus - Silvae laborantes, geluque - Flumina constiterint acuto, - Dissolve frigus, ligna super foco - Large reponens; atque benignus - Deprome quadrimum Sabina, - O Thaliarche, merum diota. - Permitte Divis cetera: qui simul - Stravere ventos aequore fervido - Depraeliantes, nec cupressi, - Nec veteres agitantur orni. - Quid sit futurum cras, fugue quarere; et - Quem fors dierum cumque dabit, lucro - Appone: nec dulces amores - Sperne puer, neque tu choreas; - Donec virenti canities abest - Morosa. Nunc est campus, et areae, - Lenesque sub noctem susurri, - Composita repentantur hora. - Nunc et latenti proditor intimo - Gratus puellas risus ab angulo - Pignusque dereptum lacertis - Aut digito male pertinaci.


Horacio en su estudio. Grabado sobre madera. Johann Grüninger, 1498

          Notas de un traductor arrepentido

          Hay que ser un poco inconsciente para ponerse a traducir a Horacio. No ya por la riquísima tradición horaciana de la poesía española, con nombres como Herrera, Garcilaso o Javier de Burgos, con la cumbre inaccesible de Fray Luis de León, sino también por los hermetismos del poeta, sus aliteraciones, metáforas y alusiones mitológicas y sobre todo su variadísima métrica, que hicieron sin duda las delicias de sus lectores romanos, o de quienes escuchaban lecturas de sus versos, y fueron mucho más tarde la desesperación de alumnos y profesores de latín. Byron dejó constancia escrita de su odio por Horacio, cuyos versos  se vio obligado a aprender de memoria y a traducir en las selectas aulas que frecuentó. No parece útil tratar de reproducir esas formas de expresión al español de hoy en día. Como sostenía Nabokov, lo mejor es, probablemente, hacer una traducción sin ritmo ni rima y lo más literal posible; pero en tal caso el traductor se aburre. Una solución intermedia la ofrece el  endecasílabo, que impone una fructífera disciplina, mantiene un tono vagamente clásico y deja  la sensación de estar resolviendo un rompecabezas o completando un crucigrama.

          Oda I, 5.  "Grato, Pyrrha, sub antro". Horacio se refiere a una gruta como la que se puede visitar en los jardines de la Villa Giulia de Roma, que es una reproducción renacentista de una villa romana. Estas grutas se construían debajo de las fuentes y se hacían servir en verano por su frescura. En una vieja versión francesa de F. Cass-Robine he visto traducido "grato" por "fresco". En su traducción de esta misma oda, Don Marcelino Menéndez y Pelayo escribió "en regalada gruta".

          Los eruditos dicen que Pyrrha era un apodo que significaba "pelirroja". Sin embargo, Horacio habla de "flavam...comam", los rubios cabellos.

          "Uvida...vestimenta". En español diríamos "yo ya me he mojado", aunque con un sentido ligeramente distinto.

          Oda I, 37.  "Ornare pulvinar deorum". En algunos banquetes solían colocarse estatuas de los dioses encima de almohadones. Los salios eran sacerdotes del dios Marte, célebres por las comilonas que organizaban.

          El "vino mareótico" se cultivaba en Egipto. Es notable la desverguenza de Horacio, que acusa a Cleopatra de una afición desmedida al vino.

          "Ab Italia volantem remis adurgens". Este verso es un poco extraño; da a entender que Cleopatra huyó de Italia (quizás vista aquí como el ámbito territorial del imperio), siendo perseguida por César (Octaviano). Pero no fue así: la flota egipcia se retiró, efectivamente, de la batalla de Accio, regresando a sus puertos sin que nadie la persiguiera. Fue la flota de Antonio la incendiada. Cabe preguntarse si Horacio conocía otra versión de la batalla. La oda dice simplemente "remis", las barcas de remos, pero los trirremes son las embarcaciones más conocidas y citadas de la antiguedad.

          Las naves liburnas eran unas embarcaciones ligeras que contribuyeron decisivamente a la victoria de Accio.

          Oda II, 10.  "Sordibus tecti". Significa "las sórdidas chabolas". El gran latinista del Renacimiento Francisco Sánchez de las Brozas, "el Brocense", lo tradujo como "viles mendigueces".

          Oda I, 9.  "Soracte".  En italiano "Monte Soratte"; no es muy alto (770 m.), pero se destaca solitario en la llanura al norte de Roma.

          "Nunc est campus, et aerae". La plaza es el Campo de Marte, hoy en el centro mismo de Roma pero entonces en las afueras.


Primera imagen del muñeco de Michelin. 1898


Sunday, May 15, 2011

Tres políticos

I.  Sarkozy

Puede ocurrir que el año que viene Nicolas Sarkozy pierda las elecciones a la presidencia de la República.  Ello sería debido, según piensan algunos comentaristas políticos, a la percepción del pueblo francés de que su Presidente no sabe lo que quiere ni adónde va, pero yo creo que pueden intervenir otras causas: una de ellas es la escasa educación, en todos los sentidos de la palabra, del primero de nuestros tres políticos. Cuando fue Ministro del Interior se ilustró llamando a los jóvenes de los suburbios "racaille". Este es un término muy insultante, que se habría  traducido por "la hez de la sociedad" cuando esta expresión tenía sentido, y si Sarkozy lo empleó fue sin duda por razones electorales (como otros muchos políticos, todo lo que hace parece estar motivado por razones electorales), porque así es como ven muchos franceses a esos jóvenes peligrosos y agresivos, para otros simplemente chicos revoltosos. Pero, siendo ya Presidente, los franceses quedaron atónitos al oírle responder ante las cámaras de televisión a un infeliz que le había interpelado airadamente, "casse-toi, pauv' con" ("lárgate, imbécil", aunque esta traducción es más comedida que el original), exactamente como habría respondido un miembro de la "racaille".  Tampoco le ayuda mucho su físico: se puede muy bien ser bajo de estatura, pero no llevar zapatos con tacones alzados, o ser poco agraciado, pero no  hacer toda clase de visajes y gesticulaciones cuando se habla en público. No obstante,  está casado con una mujer muy bella, ex miembro de la "gauche caviar"*, que le hace leer a Proust en sus horas de asueto. Su mujer anterior, Cecilia Ciganer, descendiente directa de Albéniz, también era guapa y a mí se me antojaba más "sexy" que la actual. Todo esto parece demostrar, una vez más, el atractivo sexual que confiere el poder. Mitterrand, que fue un hombre de mucha más categoría intelectual y política que Sarkozy, aunque quizás no moral, tampoco era precisamente un Apolo y sus intentos de vestir con elegancia resultaban patéticos; sin embargo, sus éxitos femeninos eran constantes y se pusieron de manifiesto incluso el día de su entierro, en el que estuvieron presentes, casi codo con codo, su mujer legítima, su amante y la hija que tuvo con ésta. Yo pienso que si un día eligen presidente al gorila del parque zoológico, cosa no imposible en una democracia y que ya ha ocurrido alguna vez en los regímenes autoritarios, seguirá habiendo señoras atraídas por la erótica del poder (o señores, desde luego, sea cual fuere el sexo del elegido).


Un factor de peligro para Sarkozy es, una vez más, el Frente Nacional, que en 2002 cerró el paso a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales  al candidato socialista Lionel Jospin. La situación podría repetirse, pero al revés: los votos de la derecha que vayan a la escarcela del Frente Nacional, más los de los  decepcionados de Sarkozy y de algún centrista que se presentará por cuenta propia, podrían dejar al presidente en tercer lugar (y por lo tanto eliminado de la segunda ronda), por detrás del candidato del Partido Socialista y de Marine Le Pen, la recién nombrada secretaria general del partido que fundó su padre, el viejo luchador de la extrema derecha que se enfrentó a Chirac** en aquella ocasión. Así pues, a  Dominique Strauss Khan, el economista que sucedió a Rato en la dirección del Fondo Monetario Internacional y que podría ser el candidato del Partido Socialista, y a sus correligionarios les interesa que el Frente Nacional prospere. Y es que, por atractiva que sea la nueva secretaria general  -que quiere dar un  aire de modernidad a su partido, aunque nadie sepa muy bien en qué consiste la innovación-, el voto frentista no puede sino ser un voto de protesta, por más que el Frente sea, en este momento, el primer partido obrero de Francia, cosa que reconocen tanto el Partido Socialista como el Partido Comunista.  Porque cuando Marine deja de lado sus proclamas panfletarias contra la Unión Europea, los inmigrantes, los burgueses, los liberales, la mundialización, los Estados Unidos y tutti quanti y habla de cosas serias como los efectos que tendría una retirada francesa de Europa (y por ende del euro) al día siguiente de ganar ella las elecciones, o trata de explicar cómo se financiaría el neoproteccionismo económico e industrial que parece constituir el meollo del programa de su partido, a los franceses, que no son tontos, se les ponen los pelos de punta. Con su padre pasaba lo mismo. Como sucedió en las elecciones de 2002, la presencia en la segunda ronda electoral de un candidato del Frente Nacional garantizaría la elección del otro candidato.

Nada de esto es seguro, claro está; por frívola que sea la democracia, es muy injusto - aunque no necesariamente descaminado -  juzgar a un hombre por sus gustos vulgares o su desafortunada manera de expresarse. Los socialistas dicen que Sarkozy es el "Presidente de los ricos", pero a mí me parece que los ricos han vivido muy bien con todos los Presidentes de la Quinta República, incluído Mitterrand, y que si algo ha hecho este gobierno es prestar un poco más de atención a la clase media, que buena falta le hacía. Más allá de los errores del Presidente, que los ha cometido y graves, los franceses son conscientes, por ejemplo, de que Francia se está recuperando notablemente de la crisis sin tocar apenas su sistema de seguridad social, que es el más adelantado de Europa. Francia tiene el doble de habitantes que España, y la mitad de parados. Los cambios de gobierno del primer quinquenio han acreditado la prudencia y el buen hacer de Sarkozy, que se ha desembarazado de varios ministros inoperantes (asuntos exteriores, interior, justicia) y en cambio ha conservado  al brillante y popular Primer Ministro, François Fillon, quizás a regañadientes porque ve en él a un posible contrincante: pero esto no hace más que confirmar su inteligencia política. No es imposible, pues, que las elecciones presidenciales culminen en un mano a mano entre Sarkozy y el candidato socialista y que el actual Presidente - con sus latiguillos inelegantes y su vistosa mujer, con sus zapatos de tacón alto, que le hacen parecer más bajo, y con sus inmisericordes lecturas nocturnas de Proust - sea reelegido para un segundo mandato.


* Expresión que en español podría traducirse por "pijos progres".  Los americanos les llaman "radical chic" (en inglés radical quiere decir de izquierdas) y los italianos, que suelen reproducir literalmente los términos ingleses sin molestarse en traducirlos, utilizan la misma expresión. En la Barcelona de los años sesenta se inventó el vocablo "gauche divine", inspirado obviamente en el calificativo francés pero sin la mención del caviar, que por aquel entonces pocos debían de haber probado en nuestro país.

** Autor de la promesa electoral que más me ha gustado de todas las que he oído: "Mi demagogia les dejará estupefactos".
                                                     
                                                         oooo0000oooo          

II.  Zapatero

Veo en una revista de París destinada a señoras "bien" y  aspirantes varias a esta categoría una fotografía de José Luis Rodríguez Zapatero; según el pie de la foto, nuestro Primer Ministro forma parte de una lista de hombres distinguidos de Europa, de todos los cuales se facilita el nombre y la imagen. Algunos tienen efectivamente muy buen aspecto; con otros no compartiríamos ni el rancho de un cuartel, por la pinta que ofrecen y por lo que sabemos de ellos. La inclusión de Zapatero en la lista no parece anómala ni extravagante. Hay que reconocer ante todo que tiene planta, lo que no es de subestimar en un país de políticos de la prestancia de Indalecio Prieto, Azaña, Franco, Carrillo, Jordi Pujol, Fraga o Montilla. Sus trajes son discretos y están bien cortados, y él los lleva con un cierto donaire. Su falta aparente de vanidad y de agresividad lo hacen muy atractivo. Es un español que habla sin alzar la voz, un hombre que nada más iniciar su mandato anunció el "talante" que iba a informar su acción, y el término parecía muy bien elegido: pero no le dejaron practicarlo. Comparado a sus predecesores, no es plebeyo como Felipe González ni tiene la arrogancia ridícula de Aznar. Es, en resumidas cuentas, una persona bien educada; otra cosa es que en la batalla política sea hábil y duro, pero ésta es una condición sine qua non de su oficio. Su mujer tiene buen tipo, viste bien y parece poco amante de la ostentación: huye de los primeros planos y se concentra en la  educación de sus hijas y en sus aficiones artísticas. Debe de pertenecer a esta clase de mujeres, bastante frecuente, que no quieren compartir la carrera de su marido,  a la que ven incluso con cierta desconfianza, si no hostilidad. Lo crucial para estas mujeres es la familia, el mundo íntimo; en cuanto pueden rescatan al cónyuge de sus ocupaciones (o le obligan a abandonarlas), aunque sean importantísimas como en este caso. Son la antítesis exacta de Lady Macbeth, y todos sabemos como terminaron Lady Macbeth y su marido.

No he visto suficientemente reconocidas estas cualidades, tal vez secundarias pero ciertas, en las cosas que he leído sobre Zapatero. No hablo, naturalmente, de los periódicos y otros medios de la oposición: exceptuando a Berlusconi en Italia, en ningún país de Europa el Presidente del Consejo de Ministros es objeto de un rechazo tan cerrado y violento como el que estos órganos reservan a nuestro Presidente. Nada de lo que hace está bien, cualquier medida se da por fracasada antes incluso de que haya empezado a aplicarse, toda declaración es objeto de repulsa, cuando no de mofa. Es el viejo fantasma franquista de la antiespaña que ha tomado cuerpo en este joven castellano, cuyo abuelo murió por España. Por otra parte, los que tendrían que defenderlo lo hacen con notable tibieza, sobre todo después de que se percataran de que Zapatero iba a llevar a la ruina al Partido Socialista en las próximas elecciones. Han conseguido echarlo (quizás en colaboración con su mujer), aunque demasiado tarde para ellos, probablemente.

Hay un hecho que los órganos de la oposición dan tan por sabido que no hace falta siquiera demostrarlo, y que ya es una convicción generalizada en toda España, incluso entre los mismos partidarios de Zapatero: el Primer Ministro miente. No es que mienta intermitentemente, como hacemos todos y más en particular los políticos: es que miente siempre, en todo lugar y ocasión, ya hable de economía, de relaciones exteriores, de la ETA o del tiempo que hará mañana. No veo demasiado claro que sus mentiras sean tales. Según el diccionario de la Academia, "mentir" es "decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa"; pero, ¿se puede decir lo contrario de lo que se ignora, y por lo tanto no se cree ni se piensa?  Cuando Zapatero proclamó que íbamos a alcanzar el nivel económico de Francia, monstruoso despropósito que provocó la hilaridad de propios y extraños y dejó sin habla a sus seguidores, no dijo una mentira porque era algo que debía suceder en el futuro, aunque las posibilidades de que se produjera fueran nulas; hizo un pronóstico, disparatado sí pero no mendaz. Era lo que  Zapatero pensaba que convenía decir en aquel entonces, en la inteligencia de que, si el pronóstico no se cumplía, no tendría que dar explicaciones porque su partido no se las exigiría, la gente no se acordaría y de sus adversarios no había que preocuparse porque lo critican siempre, con razón o sin ella. No es que supiera, pensase o creyese que íbamos a superar el producto per capita de Francia, o lo contrario. Es que, en definitiva, el Primer Ministro tiene el hábito de decir cualquier cosa para salir del paso.

Otras mixtificaciones de Zapatero podrían atribuírse a su optimismo antropológico o histórico, y son más propias de un iluso que de un  mentiroso. Al regreso de su reciente viaje a China, anunció que las autoridades chinas le habían prometido invertir la suma de 9.000 millones de euros en nuestro país; faltó tiempo para que los chinos desmintieran oficialmente la noticia, para bochorno de muchos pero no, al parecer, de Zapatero, que entre sus muchas virtudes posee la muy útil de la impasibilidad. No pienso que nuestro Presidente mintiera a sabiendas; quizás se trató de una interpretación defectuosa -¡es tan difícil el chino!-, o bien Zapatero decidió entender en el mejor sentido posible alguna alusión velada, o acaso lo que oyó de labios de su interlocutor fue una cita de Confucio, que le dió pie para decir lo que le interesaba decir a los periodistas en aquel momento.

Los años de su primer mandato transcurrieron con cierta placidez, tomando medidas de carácter social, estrechando lazos con los sindicatos y practicando a conciencia la más vacía retórica "progre". Introdujo algunos cambios en los usos y costumbres de los españoles que hubieran necesitado el asentimiento de una proporción mayor de la población, pero esto lo suelen hacer los socialistas en todas partes, y sólo le granjeó la enemistad de aquellos que, en cualquier caso, no habrían votado nunca por él. Su política exterior fue inepta (y en algún caso, como el de Cuba, indecorosa), pero no parece que esta faceta de la actividad gubernamental  preocupe mucho al pueblo español, o al mismo Zapatero. Pero durante el segundo mandato se produjo la crisis económica mundial, que puso de manifiesto la debilidad intrínseca de la economía española y la impreparación del gobierno ante esa eventualidad. Se ha especulado mucho sobre lo que indujo al Primer Ministro a negar con tanto ahínco, y durante tanto tiempo, la existencia misma de la crisis. No creo que  ignorase la gravedad de la situación: pienso más bien  que él sabía que la crisis conllevaría necesariamente dolorosos recortes de gastos sociales, y prefirió esperar a que la recuperación de los otros nos sacase las castañas del fuego. Al final ha tenido que aceptar  la realidad de la crisis, sus efectos peores para nosotros que para otros países europeos, los recortes sociales y el retroceso en el ránking mundial de España, que ha regresado a una posición quizás más acorde con nuestras posibilidades reales.


Es posible que el Partido Socialista pague con sangre el descrédito en que la crisis ha sumido al gobierno. Quien ha sufrido ya en sus carnes todas las consecuencias es Zapatero, el elegante, discreto y ponderado Primer Ministro cuya carrera política llegará a su fin dentro de un año. Entonces se habrán acabado los sinsabores, decepciones y disgustos inherentes a su oficio; podrá dejar de ver a sus "amigos" del partido y del gobierno y dedicar más tiempo a su familia, que tanto se lo agradecerá. Y en su nueva vida, que le deseamos lo más placentera posible, quizás reflexione a veces sobre los huidizos conceptos de "verdad", "realidad" y "sinceridad" y saque en conclusión, como han hecho prácticamente todos los españoles, que no debió de haber ejercido nunca el cargo de Presidente del Consejo de Ministros de España.


                                                         oooo0000oooo

III.  Berlusconi

A comienzos de los años sesenta del pasado siglo, un joven milanés recién licenciado en derecho se embarcó en un crucero en calidad de animador; era simpático y expansivo, cantaba bien las romanzas napolitanas, sabía francés y le gustaba mucho, pero mucho, contar chistes. Pasados algunos años aquel joven se hizo cargo de los negocios de su padre, empresario de origen humilde que había llegado a construir un pequeño imperio, y los hizo prosperar hasta convertirse en el hombre más rico de Italia. Más adelante pensó, como han pensado muchos empresarios de éxito, que las dotes y las técnicas que le habían permitido alcanzar la cúspide de su gremio podrían aplicarse, con el mismo resultado halagüeño, a cualquier otra actividad y sobre todo -¿por qué no?- a la política; es decir, que un país podía administrarse como una empresa. Y, sin dejar de contar chistes y de gastar bromas, el joven animador de fiestas acabó siendo Primer Ministro de Italia, y todavía lo es.

La historia reciente de Italia y los entresijos insondables de la política italiana hacían impensable el éxito de la operación: pero Berlusconi se salió con la suya, creó un partido de la nada (que muy bien podría volver a la nada cuando el Primer Ministro abandone la escena), se enfrentó a una oposición feroz e implacable  desde una situación personal precaria -a pesar de su fortuna y no siempre por culpa de los demás- y, ganando elecciones democráticas cuya validez nadie ha discutido, ha gobernado el país durante diez de los últimos diecisiete años. Para entender cómo esto ha sido posible, conviene que nos remontemos un poco en el tiempo.

Terminada la última guerra mundial, Italia se vio obligada a inventar su régimen político. El único partido organizado era el comunista y, viendo lo que había pasado en la vecina Grecia, nadie (y menos que nadie el secretario general del partido Togliatti) creía que los americanos fueran a dejar gobernar a los comunistas. La solución la dieron los católicos, organizando en muy poco tiempo un partido democristiano (que tenía sus raíces, no obstante, en la Acción Católica de los años 30, cuya mente inspiradora fue  Monseñor Montini) bajo la dirección de un hombre de extremada inteligencia, Alcide De Gasperi, que había sido parlamentario austríaco antes de la primera guerra mundial. Con la Democracia Cristiana gobernando, y el Partido Comunista en la oposición e imposibilitado de gobernar por la situación internacional y por su propia naturaleza, se creó un sistema perfecto, redondo y cerrado: los democristianos protegían la religión y el capitalismo y los comunistas se infiltraban en la sociedad civil, colocando poco a poco sus peones en sectores importantísimos como la educación, la magistratura o la prensa. En el mundo de la cultura su predominio llegó a ser asfixiante. Sin embargo, la imposibilidad del recambio fue bloqueando paulatinamente la situación, hasta llegar a la parálisis. Aldo Moro y Enrico Berlinguer intentaron romper el cerco con la maniobra llamada "compromesso storico", que no era otra cosa que la entrada de los comunistas en el gobierno, pero las Brigadas Rojas frustraron aquellas esperanzas  al asesinar a Moro: la incapacidad del Estado de salvar al político democristiano fue otro aviso de que el sistema había dejado de funcionar.

Llegados a la encrucijada, un político socialista, Bettino Craxi, intentó alzarse con el santo y la limosna. El ejemplo de Craxi era Mitterrand, que había resucitado al Partido Socialista francés eliminando con las mismas al Partido Comunista. Pero, a pesar de la cercanía geográfica, en Italia la situación era muy distinta. Hemos dicho ya que entre los sectores de infiltración comunista se encontraba la judicatura; los comunistas italianos respondieron a las maniobras de Craxi con la espectacular operación "Mani pulite", dirigida por los jueces y fiscales de Milán. El plan salió muy bien y Craxi tuvo que exilarse a Túnez; pero diríase que el éxito se le subió a la cabeza a los magistrados milaneses, que no se detuvieron allí y prosiguieron la misión que se habían atribuido ellos mismos de depurar a fondo la sociedad italiana, como quien dice limpiar los establos de Augías. El resultado último fue la práctica liquidación de la democracia cristiana.  Los comunistas se percataron, demasiado tarde, de que al expulsar a los democristianos del primer plano ellos mismos se habían quedado descolocados: "it takes two to tango"*, dicen los americanos. A la caída del Muro de Berlín,  los comunistas reaccionaron brillantemente constituyéndose en partido socialdemócrata, como habían hecho sus correligionarios de Europa Oriental. Con ello adquirieron sus credenciales como partido democrático: ya eran como los demás partidos europeos, podían gobernar, incluso solos. Pero el Partido Demócrata Cristiano ya no estaba allí para devolver la pelota desde el otro lado de la red.

Entonces apareció Berlusconi. El empresario milanés ofrecía a los ex-comunistas una oportunidad de recrear un sistema bipartidista menos imperfecto, y gobernar alternativamente. Muy pocos de ellos supieron apreciarla: quizás solo uno, el  perspicaz D'Alema, entendió que Berlusconi estaba allí para quedarse y trató de hacer algo para institucionalizar la situación. Pero la ideología del nuevo partido  era de derechas, sin los rodeos, disimulos y circunloquios de la vieja Democracia Cristiana, y esto los neosocialdemócratas no podían aceptarlo. D'Alema pagó con su carrera política las consecuencias de su actitud, y el juego de la alternancia democrática se convirtió en una guerra sin cuartel. Berlusconi tenía el poder que le confería su desmesurada riqueza, pero muchos puntos flacos también. Parte de su imperio estaba compuesto de medios de comunicación, entre ellos la televisión que le daba una ventaja manifiesta sobre sus adversarios**. Aparecieron de nuevo los magistrados milaneses, cansados de dejar delitos impunes o, si acaso, de encarcelar a pobres pequeños empresarios por infracciones menores. La batalla fue descomunal y no ha terminado todavía, aunque yo creo que ahora los jueces tratan más de hostigar a Berlusconi y obstaculizar su acción que de conseguir una inculpación; ya han fracasado demasiadas veces. Y es que el Primer Ministro, cuyas prácticas empresariales (no de gobierno) son cuando menos dudosas, además de un ejército de abogados italianos -con lo que está todo dicho- tiene un aliado que en democracia es invencible: el ciudadano que vota.

Los electores han votado sistemáticamente a Berlusconi todos estos años, sin darle no obstante la mayoría absoluta. Tiene que hacer alianzas arriesgadas, que alguna vez le han salido mal. Su principal aliado actual es Umberto Bossi, el líder del movimiento autonomista de la Lega Nord, hombre de voluntad inquebrantable y de una grosería sin límites, que llama a Berlusconi "il Berlusca" y  una vez equiparó la bandera italiana al papel higiénico. Hace unos años padeció un ataque que le dejó  medio cuerpo paralizado, pero esto no le ha impedido seguir controlando a sus huestes con puño de hierro. Este político, de origen modestísimo, sin estudios ni oficio conocido, tiene en sus manos entorpecidas por la minusvalidez la llave de la gobernabilidad de Italia. Una vez ya hizo caer un gobierno de Berlusconi, y no dudaría un momento en hacer caer el actual si pensase que es contrario a los intereses de su región, que él llama con el nombre completamente inventado de "Padania". Otro aliado fue el neofascista Fini, ambicioso y poco de fiar, que pensó que podría desplazar a Berlusconi del liderazgo y ahora se ha quedado solo, porque los de su partido no le han seguido.

Berlusconi es bajo y gasta zapatos de tacón alzado, como su colega francés. Lleva el pelo de los aladares teñido, y el de la parte superior de la cabeza, que es fruto de un transplante, da la extraña sensación de estar sombreado a lápiz encima de la piel. Acostumbra ir maquillado, y durante las largas reuniones a las que tiene que asistir constantemente se retoca el maquillaje con un algodón, sin molestarse en disimular. Se da la paradoja que en el país de Europa donde hay mejores sastres, el hombre más rico del país lleva trajes que le caen como un tiro. Sus matrimonios no han sido muy afortunados; se ha divorciado dos veces, la última recientemente, y su segunda mujer, que en su juventud actuó desnuda en algún teatro de Milán, ha pedido un millón de euros al mes por concepto de alimentos. La distracción predilecta del Primer Ministro, además del fútbol, es organizar pequeñas fiestas en alguna de sus suntuosas residencias, con señoritas agraciadas que acuden de la mano de un par de amigos y colaboradores. Durante estas fiestas Berlusconi toca el piano, canta y cuenta chistes. Debe de creer que está otra vez en el barco. Los amigos han impartido instrucciones a las señoritas, antes de la fiesta, para que rían los chistes o aplaudan cuando se les dé la señal. Después las invitadas reciben generosos obsequios y  se van a su casa, o por lo menos esto es lo que han declarado el anfitrión y varios de los huéspedes a los inevitables jueces de Milán, que se han precipitado como perros de presa en cuanto han olfateado sangre. Y es que una de las invitadas tenía, al parecer, menos de 18 años (increíble la imprudencia de los organizadores, y del propio Berlusconi); los magistrados ya han encausado a varios de los asistentes a las fiestas por proxenetismo, y tratarán de procesar al Primer Ministro por incitación a la prostitución de una menor.

Algunos miembros de la oposición - los más inteligentes - empiezan a pensar que el encarnizamiento de los jueces es contraproducente. Muchos ciudadanos de a pie creen que los esparcimientos de Berlusconi son normales en un hombre divorciado, y en todo caso son más inofensivos que la práctica de perseguir a las mujeres de los amigos, común en la clase media de Occidente. La acción de los jueces, con las incontables denuncias, diligencias y citaciones a comparecer que ha tenido que sufrir el Primer Ministro desde que formó su primer gobierno,  empieza a verse como una verdadera persecución, y en definitiva es muy posible que todo esto le acabe beneficiando, sobre todo en las próximas elecciones.

Con unas pocas excepciones, los medios de prensa italianos están moderando bastante sus ataques a Berlusconi. No así los extranjeros: es curioso, por ejemplo, lo que ocurre con los periódicos de derecha europeos, que por lo menos tendrían que tratar con objetividad al Primer Ministro de Italia y le critican casi más que los periódicos de izquierdas, y con mayor superficialidad. Ello podría deberse al desdén por Italia y  lo italiano, bastante común entre personas ignorantes, pero yo creo más bien que los periodistas de derechas, siempre acomplejados ante sus colegas de la otra banda, quieren  demostrar que pueden adoptar una actitud independiente frente a un político de su cuerda, y  críticar a Berlusconi es fácil.

No es que el empresario transformado en político no se preste a críticas. Ya hemos hablado de sus intereses económicos, que en países de más tradición democrática lo habrían descalificado para la política, y de sus actividades empresariales poco claras. En el terreno puramente político, por su formación de empresario y por su carácter Berlusconi es mejor en la intervención rápida que en el largo plazo: en esto se diferencia de sus predecesores democristianos, intelectuales y juristas lentos y escrupulosos, que si hubiesen tenido que apagar un incendio, digamos, no habrían llamado a los bomberos hasta haber determinado a qué jurisdicción correspondía el lugar del suceso. Las reformas son una de las principales promesas electorales de Berlusconi; reformas de gran calado, con la intención de eliminar de una vez por todas las múltiples trabas, vicios y malas prácticas que entorpecen la acción del Estado italiano desde su creación. Es una promesa muy ambiciosa, porque reformar el Estado significaría hacer de Italia un país completamente distinto: pero para esto es necesaria una profundidad de visión que Berlusconi no posee, y hasta ahora reformas ha habido pocas, y sus resultados han pasado casi desapercibidos. Yo creo que la herencia que dejará al pueblo italiano, y que debería granjearle el agradecimiento de sus conciudadanos, es haber ofrecido una alternativa al régimen con el que democristianos y comunistas gobernaron Italia durante tantos años, y que al final había perdido ya toda razón de ser.


* "Hacen falta dos para bailar el tango".  Pero la traducción española no recoge la aliteración, que es la que da toda su gracia a la frase.

**  Los americanos han resuelto el problema de los políticos ricos obligando a los recién elegidos a confiar toda su fortuna a un administrador. Es  lo que llaman un "blind trust", consistente en que el administrador gestiona todos los bienes del administrado sin que éste pueda intervenir en ningún momento. Pero, ¿se imaginan ustedes algo semejante en Italia, o desde luego en otros países de Europa, como el nuestro sin ir más lejos?

                                                              oooo0000oooo

Tuesday, March 22, 2011

Libros que no vamos a leer

Veo en la librería de un aeropuerto un libro titulado "Mentiras fundamentales de la Iglesia católica", de Pepe Rodríguez (así da su nombre el autor, para que lo tratemos con confianza). El título pretende ser eficaz, y lo de "fundamentales" supongo que quiere decir "en las que se fundamenta". A mí ese título me hace pensar en un personaje de "Porgy and Bess", la ópera de Gershwin. Sporting Life es un truhán que vive de pequeños fraudes, del tráfico ocasional de drogas y del proxenetismo, pero que se las da de hombre de mundo y goza de un cierto prestigio - sobre todo entre las mujeres - en la comunidad de modestos trabajadores negros en la que transcurre la acción. Al final de la obra Bess huye con él a la ciudad, abandonando a Porgy. El compositor ha reservado a este personaje una de las mejores y más conocidas canciones de la ópera, "It ain't necessarily so",  que refleja quizás más que las otras el intento de incorporar ritmos jazzísticos a una obra de mayor envergadura como es este ensayo de ópera popular*. Ante un público atónito y un poco alarmado, Sporting Life se mofa abiertamente de las historias bíblicas que constituían el fundamento de la escasa instrucción religiosa que los misioneros protestantes impartieron a la población negra de América del Norte, ya en los tiempos de la esclavitud. Habla de Moisés, a quien la princesa encontró en el río, de Jonás, devorado por una ballena y expulsado después, y todas las veces añade burlonamente "it ain't necessarily so", "no ha de ser así necesariamente". Salpica su exposición con palabras o expresiones que cree cultas ("abdomen", "grain of salt", incluso "necessarily") y que pronuncia mal porque él también es prácticamente analfabeto, pero que impresionan al auditorio. Es el paradigma del anticlericalismo vulgar (burlarse de lo que no se entiende siempre es vulgar), derivado del escepticismo religioso que fue una de las armas ideológicas del movimiento obrero desde sus inicios, y que en la América de aquellos años se expresó en las tonadas de los cantantes populistas de la Depresión**; supongo que esto es lo que quiso ridiculizar el libretista de la ópera, DuBose Heyward, que fue un escritor sureño de raza blanca.

No es que el anticlericalismo, que en España tiene una tradición que se remonta a mucho antes de la Ilustración - como testimonian los clásicos - haya de ser "necessarily" vulgar. Escritores como Edward Gibbon a comienzos del siglo XIX, Bertrand Russell o Pérez de Ayala en la primera parte del siglo XX o Fernando Savater en nuestro tiempo, políticos como Clemenceau o Azaña y tantísimos otros, pueden ser tachados de anticlericales (aunque yo les llamaría mejor "irreligiosos", como en el caso de Ortega, por ejemplo) pero en modo alguno de vulgares. En cambio, un libro titulado "Mentiras fundamentales de la Iglesia católica" (ese "fundamentales"...) es muy difícil, casi imposible que no sea vulgar. Dejémoslo en la estantería.

Otro libro de tema religioso, pero radicalmente distinto por todos los conceptos, es la biografía de Jesús del papa Benedicto XVI, cuyo segundo tomo acaba de publicarse precedido de un extraordinario despliegue publicitario y, al parecer, con gran éxito de ventas. Como es natural, en estas alturas enrarecidas la vulgaridad no tiene cabida***. El papa es un intelectual solidísimo, y damos por supuesto que su obra reúne todas las condiciones de elevación, seriedad y profundidad que pueden exigirse a un texto religioso. Las obras que tienen por objeto aclararnos el sentido de nuestra existencia, nuestro destino individual o colectivo, en suma nuestra "salvación", como dicen los creyentes, deberían interesarnos siempre. Por desgracia, muchas de ellas están escritas por curas (y si el papa no es un cura, ¿quién lo es?) y al que esto escribe los libros de curas dedicados a estos temas le provocan un rechazo casi invencible, por una razón que no tiene nada que ver con ideologías o creencias, y  menos aún  con cualquier clase de antipatía hacia los miembros de ese estamento. Los libros sobre temas religiosos escritos por sacerdotes, y también por algunos católicos laicos, tienden a partir de una petición de principio consistente en dar por comprobada la veracidad de todo lo que exponen, y por ende la validez de los argumentos basados en estos "hechos". Y esto es precisamente lo que no quiere un lector agnóstico interesado en estos temas (movido quizás por el secreto deseo de que le convenzan). Es cierto que un gran número de estas verdades son "reveladas", pero a muchos no se nos ha revelado nunca nada y no podemos aceptar  apriorismos por el mero hecho de que hayan sido aceptados antes por otros. Lo curioso es que la propia Iglesia resolvió este problema hace muchos siglos (y me gustaría saber quién fue el genio al que se le ocurrió: algún historiador de las religiones debe de saberlo).

Aquietamiento de una tempestad.
Codex Egberti, siglo I.
La solución es la "fe"; la fe es un don del cielo que nos permite creer toda una serie de cosas que no podemos verificar. Creer, he dicho: nadie "cree" que es más alto que su hija de siete años, ni que el río Sena pasa por París. Son cosas que se "saben". Pues bien, esta solución ("creer", no "saber"), que yo encuentro muy razonable, no parece satisfacer a los autores de las obras a que nos referimos, cuyos argumentos y disquisiciones dan por sabidas cosas que no sabe nadie, y parecen ir destinados exclusivamente a los ya convencidos. Por ejemplo, guiándome por algunas reseñas de la obra del papa (aunque él dice que la obra no la ha escrito el papa sino Ratzinger, y generosamente renuncia al don de la infalibilidad para sus argumentos y conclusiones) entiendo que el autor parte del principio de que los hechos narrados en los Evangelios están históricamente demostrados. Esto es muy arriesgado de afirmar, porque los Evangelios no fueron escritos por una misma persona y abundan en contradicciones y en datos que se ha comprobado no son ciertos. He leído a autores que, refiriéndose a los textos sacros, distinguen entre la verdad histórica y la verdad apologética: tampoco me parece mala solución.

Los periódicos italianos y franceses han prestado bastante atención al libro del papa (los periódicos anglosajones solo hablan de la Iglesia católica en relación con los casos de pederastia). El papa es un refinado teólogo, y su obra precisaba de la exégesis de otros teólogos distinguidos, o bien de intelectuales de altos vuelos. En el "Corriere della Sera", por ejemplo, el gran escritor Claudio Magris dedica a la biografía de Jesús un artículo de fondo que da comienzo en la portada y es la "pièce de résistance" del tratamiento reservado por el importante cotidiano milanés a la obra que nos ocupa. El cronista no necesita presentación: es posiblemente el intelectual italiano más célebre de nuestros días. Es cierto que después de varias tentativas infructuosas de leer su obra más conocida, "Danubio", uno estaría tentado de agregar sus libros a la lista de los que "no vamos a leer", pero esta es una opinión personal sin el menor peso ante el prestigio internacional del personaje. El escritor triestino afronta visiblemente la tarea de comentar el libro del papa con la decisión de estar a la altura del asunto y del autor, y quizás con la esperanza secreta de superarle: si es el mejor ensayista, novelista, crítico literario, autor teatral y autor de libros de viaje, ¿porqué no habría de ser también el mejor teólogo?  Veamos su glosa a la argumentación del papa sobre un tema que nos concierne a todos, de modo más definitivo que ningún otro: la inmortalidad del alma. "Y es que la vida eterna no es" - escribe Magris, comentando un texto de Karl Rahner - "la "vida ultraterrena", una continuación ilimitada en el tiempo en cualquier otro lugar... Lo eterno no es el tiempo que continúa sin fin, cancelando a cada instante el instante precedente. Lo eterno es la vida en sus epifanías esenciales - dolor, felicidad, amor, conocimiento de la verdad - siempre presentes; es el kairós de los griegos, el momento en el que la eternidad y la revelación de lo absoluto irrumpen en el tiempo y en la existencia; es el instante de Michelstaeder, vivido siempre como si fuese el último". ¿Está claro?

Veamos ahora lo que dice al respecto otro teólogo, que además es papa, en el libro que estamos comentando sin haberlo leído. La tesis del papa, que es un poco más inteligible que la de Claudio Magris, es la siguiente: "La expresión "vida eterna" no significa la vida que viene después de la muerte, siendo la vida actual precisamente pasajera, y no una vida eterna. "Vida eterna" significa la vida misma, la vida verdadera, que puede vivirse también en el tiempo y que después ya no es impugnada por la muerte física. Esto es lo que interesa: abrazar ya desde ahora la "vida", la vida verdadera, que nada ni nadie pueden destruir". Muy bien, Santidad, pero si es así ¿qué queda de la vida perdurable, de la resurrección de los muertos, de la promesa de que volveremos a ver a los seres queridos,  que viviremos para siempre en un mundo sin maldad ni dolor, que forzosamente ha de ser "otro" para que reúna estas características? ¿Qué nos espera después? ¿Alguna epifanía esencial?

Evitemos pues otra decepción y no leamos el libro del papa, ni ningún libro de teología. Hegel dijo que la filosofía consistía en  pintar de gris lo que ya es gris, y a mí me parece que la teología consiste en pintar de gris la nada. Si he de leer libros sobre religión prefiero los de los católicos conversos ingleses, como Newman, Chesterton o Dorothy Sayers,  que aunque tampoco me convencen son de lectura más grata.

ooo000ooo

* No lo he visto confirmado en ninguna parte, pero yo diría que otra fuente de inspiración de Gershwin, fiel a sus orígenes, fue la melopea judia clásica, utilizada también por otros compositores americanos como Cole Porter.

** Durante mucho tiempo creí que "Rascayú", una canción de mi infancia que popularizó Bonet de San Pedro, era la versión española de una de estas canciones anticlericales americanas ("Rascayú, Rascayú, cuando mueras serás tú, tú serás, tú serás, un cadáver nada más"), que negaba nada menos que la vida eterna y se les había pasado por alto a los censores franquistas. No es así: "Rascal you" es una canción negra en la que un marido desea la muerte al amante de su mujer.

*** Esta afirmación no ha de entenderse en términos absolutos. Recuerdo a un celebrado cardenal español cuyo rasgo característico más constante, que se evidenciaba sobre todo en intervenciones públicas como conferencias, entrevistas en la televisión, etc., era la ordinariez. En el curso de su brillante carrera fue obispo franquista encargado de reprimir los brotes de catalanismo del clero de su diócesis, para luego convertirse en paladín de la democracia cuando cambiaron los aires en Madrid y en el Vaticano.

Monday, December 27, 2010

"Riña de gatos"

Siempre he pensado que la crítica literaria es una disciplina de elevadísima exigencia, reservada a  especialistas o a escritores que estén en posesión de recursos intelectuales sobresalientes. La gran crítica de libros de los dos siglos precedentes figura por derecho propio en la historia del pensamiento occidental, y críticos como Sainte-Beuve o Ernst Robert Curtius ejercieron una influencia que excedió con mucho del ámbito literario estricto. Algo parecido ocurre hoy en día con Marcel Reich-Ranicki en Alemania. Escritores muy importantes se dedicaron profesionalmente a la crítica literaria, no siempre con resultados convincentes: los ensayos de T.S. Eliot se nos antojan tan falsos como su poesía (me consta que esta opinión les parecerá a muchos una herejía, si no un despropósito), y las lecciones de Nabokov sobre el Quijote dejan la extraña impresión de que el novelista ruso no leyó el libro que comentaba o que, si lo leyó, no entendió nada. Pero da igual: aún limitándola a su función más peligrosa, la de orientar al lector,  la crítica literaria es imprescindible. Viviendo en el extranjero, no he tenido oportunidad de leer todavía ninguna crítica de la última novela de Eduardo Mendoza, "Riña de gatos",  galardonada con el Premio Planeta de 2010, que de esta manera se hace merecedor del calificativo  "prestigioso". Las consideraciones que vienen a continuación no aspiran, desde luego, a la condición de crítica literaria: véase en ellas un simple comentario.

Los críticos actuales parecen prestar menos atención a los elementos  formales de la obra, o simplemente a la corrección del idioma empleado. Muchas veces no se nos dice siquiera si el libro se lee con facilidad, factor a tener en cuenta en nuestra decisión de leerlo. Cierto es que grandes obras de la literatura (pienso ahora en "La muerte de Virgilio" de Broch, o en los ejemplos más clásicos de "Ulysses" o "Finnegan's wake") son de lectura recomendada en Cuaresma, para mortificar la carne, mientras que uno de los libros peor escritos que he leído en español, "Antes que anochezca" de Reinaldo Arenas, es una obra maestra cuya fuerza y eficacia  obligan a leerla de un tirón. La legibilidad, precisamente, ha sido siempre uno de los rasgos característicos de la escritura de Mendoza, asentada en un dominio casi absoluto de la lengua; en "Riña de gatos" la historia fluye ininterrumpidamente, sin que nos demos cuenta apenas de los  cambios de ritmo, que los hay (sobre todo a mitad de la novela) y de alguna pérdida de intensidad. El conocimiento del castellano del autor y la elegancia con que maneja la lengua, sin forzamientos ni artificiosidades de estilo, hacen que sus libros sean ideales, por ejemplo, para los extranjeros que deseen aprender el español o mejorarlo sin morirse de aburrimiento en el empeño.

No quiere decir esto que en la novela que nos ocupa no haya descuidos estilísticos. Pienso particularmente en un empleo abusivo y con frecuencia injustificado de los adjetivos. La norma literaria contraria a la utilización excesiva de los adjetivos se origina, creo, en Hemingway y sus acólitos. Es una norma que, como tantas otras, hay que aplicar cuando convenga sin tomarla demasiado en serio. Hemingway, que recibió la directiva de la ilegible Gertrude Stein - aunque otros dicen que se la aconsejó Ezra Pound - escribió novelas estupendas sin adjetivos al comienzo de su actividad literaria y novelas muy mediocres, también sin adjetivos, al final de su vida. Pero es verdad que los adjetivos y los adverbios deberían, ante todo, transmitir información y no hacer hincapié en cosas sabidas, ni dar indicaciones inútiles. ¿Les dice algo la expresión "Los ingenuos placeres de una infancia irremediablemente perdida"? ¿Es necesario que el busto de Beethoven sea "blanco y taciturno" (entendiéndose por taciturno "melancólico", supongo, porque no se sabe de bustos que sean parlachines)? . En fin, no es un defecto importante pero a veces desmerece de las descripciones, excelentes como siempre en las novelas de nuestro autor.

Otro aspecto problemático tiene que ver con los diálogos. Aparte de que varios personajes se expresan de la misma manera, cosa que no ocurre en la vida real, a veces su habla es muy poco coloquial. El protagonista, que es inglés, le pregunta a la policía "¿Puedo inquirir el motivo de mi presencia en este lugar?"; una señorita afirma tener "razones muy poderosas que avalan mi ruego"; el inglés, decididamente redicho, informa a la señorita de que "poderosos factores emocionales interfieren en el proceso". Se diría casi una terminología de instancia elevada a una autoridad "cuya vida guarde Dios muchos años", como se escribía antes. En todo caso  así no habla nadie si no es en clave paródica, y ésta es quizás la respuesta: yo creo que Mendoza ve la escritura, la literatura y la vida misma en clave paródica. Y lógicamente las situaciones de sus novelas, los personajes y el lenguaje que emplean son parodias de la realidad.

Tratándose de novelas, las peores críticas son las que más información dan sobre el argumento. La trama de "Riña de gatos" posee suficientes elementos de intriga para que el interés no decaiga un instante, y también para que nos abstengamos de referirla en detalle. El protagonista es un inglés, especialista en el arte del siglo de oro español, que viaja a Madrid en 1936 comisionado por un aristócrata  que requiere sus servicios en relación con un misterioso cuadro de Velázquez - las digresiones sobre Velázquez son interesantísimas, y saben a poco -, naturalmente con segundas intenciones que, a medida que avanza la historia, se van adivinando sin excesiva dificultad. El inglés, además de hablar un español que desafía la verosimilitud, como hemos dicho, parece irremediablemente tonto, al igual que otros protagonistas mendocianos, y al mismo tiempo no sale demasiado mal parado de la historia y se acuesta con todas las mujeres, menos una o dos, que aparecen en la novela. Tan tonto no será, dirán ustedes. Quizás no, efectivamente, tanto más cuanto que de inglés el protagonista tiene muy poco  (le falta entre otras cosas la íntima convicción, común a todos los ingleses de su clase social - y aún más en los años treinta del siglo pasado - de que los extranjeros,  y muy señaladamente los europeos del sur, pertenecen a una especie animal distinta), hasta el punto de que  pudiera verse más bien como el yo narrante del escritor. Los personajes femeninos son complejos y están muy bien concebidos,  y el mundo de la prostitución y el hampa está perfectamente descrito, como en casi todos los libros de Mendoza, y ofrece algunas de las escenas más convincentes de la novela.

En un excelente artículo publicado en La Vanguardia de Barcelona podía leerse que el propósito de "Riña de gatos" es denunciar a los responsables del clima de violencia e inseguridad que condujo a la guerra civil, y que estos responsables fueron los falangistas. Yo diría que no es esta  una novela histórica, sino una novela en la que aparecen personajes históricos. La atribución de responsabilidad no está muy bien definida, aunque varios personajes califican de botarate  a José Antonio Primo de Rivera y de pandilla de señoritos irresponsables a sus seguidores. En realidad el autor  da una imagen un poco tópica de José Antonio, pero no antipática, y  queda bastante claro que los responsables de la guerra fueron los que la declararon, o sea los militares. A quienes sí se exime de  responsabilidad es a los hombres de la República, como se infiere de la siguiente valoración, que en el marco de la narración no viene muy a cuento y parece incluso una apostilla: "el Gobierno de derechas que precedió al actual hizo lo que pudo para invalidar los logros laborales alcanzados hasta el momento y reprimió la agitación con inusitada brutalidad. Hoy el Frente Popular trata de reconducir la situación pero choca con obstáculos formidables: la oposición... torpedea en el Parlamento el programa de reforma social del nuevo Gobierno, mientras las poderosas fortunas españolas maniobran en las bolsas europeas para provocar...el hundimiento de la economía. La Iglesia y la prensa, mayoritariamente en manos de la derecha, agitan la opinión y siembran el pánico...". Esta es la versión por así decir  oficial  de la oposición a Franco, y todos la repetimos y sostuvimos en su día porque era lo justo en aquellas circunstancias. Pero ahora quizás convenga matizar un poco más cuando se habla de aquella época.

La descripción de los personajes históricos es desigual. De los militares, Franco pasa como una sombra, de Queipo de Llano se da la imagen proverbial del espadón decimonónico - también el sacerdote de los duques, en la narración de Mendoza, es un arquetipo de los curas broncos y ultramontanos de las guerras carlistas -  y el único que merece una atención más personal es Mola, uno de los máximos responsables del golpe militar y de la política represiva que lo siguió, de quien se cuenta  que escribió un tratado de ajedrez. Los gobernantes republicanos reciben en general un trato más de favor, como hemos visto, pero nada justifica la imagen de intelectual afable con que se presenta a Manuel Azaña, aquel hombre profundamente civilizado pero soberbio y resentido que nos describen todos los testimonios contemporáneos y nos hacen ver los diarios que escribió.

La trama del cuadro de Velázquez se va deshilachando  a medida que avanza la narración, las historias amorosas se zanjan a la manera clásica y al final la peripecia gira básicamente en torno  a la situación española, la tragedia que se avecina. El escritor remata el relato con una sorpresa  propia de novela policíaca o de espionaje que requiere la suspensión de toda facultad crítica, como ocurre casi siempre con estas novelas. El dato inesperado, que concierne a la persona de José Antonio, no añade nada a la narración y parece casi un subterfugio del autor en el momento de pánico que me imagino  acomete a los novelistas a la hora de dar término a la obra. Es una solución tanto más innecesaria cuanto que la historia de España nos conduce por si sola al desenlace,  y la detención de José Antonio, que nosotros sabemos representa el fin de su trayectoria vital, aunque los personajes de la novela no puedan saberlo, ofrece un final más que adecuado a la aventura, con la inminencia de la guerra como telón de fondo.

Según el diccionario, la crítica es un juicio o conjunto de juicios sobre una obra literaria, artística, etc. O sea que no es necesario que una crítica literaria señale errores o imperfecciones en la obra que se juzga, aunque si no los señala parece incompleta o, lo que es peor, de encargo. En nuestras observaciones hemos apuntado a algunos posibles defectos de "Riña de gatos" que, a veces, parecen denotar incluso una cierta precipitación en la escritura: pero si el lector no saca en conclusión que la novela de Mendoza es uno de los libros más interesantes publicados en el año 2010, y no solamente en lengua española, ello querrá decir que el objetivo de la presente reseña no se ha cumplido, por torpeza del reseñador. Ya me parecía a mí que para crítico literario no sirvo.
 

Sunday, September 26, 2010

Viaje a Italia - Lago de Garda

"Solían encontrarse en lo alto del torreón" , me dice el dueño del restaurante; "pero estaban juntos muy poco tiempo, apenas una hora". En el jardín se alza, efectivamente, una especie de torre de vigía bastante alta,  cuyos cimientos bañan las aguas del lago.  Mussolini se desplazaba casi a diario a Gardone Riviera, donde estamos ahora, para ver a Claretta Petacci en la Villa Fiordaliso, en cuyo restaurante  acabamos de comer una sabrosa anguila frita del lago de Garda.

El 25 de julio de 1943 Mussolini fue destituído de su cargo de primer ministro por el rey Víctor Manuel III: la noche anterior había perdido una votación del Gran Consejo Fascista, lo que equivalía a un voto de censura para su dirección de los asuntos del Reino y, sobre todo, de la guerra, que él había querido y que fue  un desastre sin paliativos para las tropas italianas. Mussolini había pedido  audiencia al rey para comunicarle su intención de formar un nuevo gobierno y, probablemente, disolver el Gran Consejo, que hasta entonces había sido un remedo ridículo de asamblea deliberante, un conjunto de figurones sin dignidad como son las instituciones legislativas o consultivas de los regímenes autoritarios. Pero en esta ocasión sus miembros se comportaron, por primera y única vez, como hombres libres y el régimen fascista se vino abajo. Mussolini, que aquella mañana había entrado en palacio como primer ministro y todopoderoso "Duce" de Italia, salió al cabo de unas horas y fue detenido al pie de la escalinata del edificio: ni siquiera llegó  a pisar  la calle. Mientras el rey le aseguraba su amistad eterna con palabras conmovedoras, los cortesanos habían avisado a la policía.

Es muy conocida la historia de la liberación posterior de Mussolini - que había sido recluído en un chalet de alta montaña en el "Gran Sasso", en el centro de Italia -  por los comandos aerotransportados del capitán Otto Skorzeny (que muchos años más tarde tuvo una oficina de "ingeniería" en la calle Arenal de Madrid, donde yo le ví alguna vez: desde esta oficina se contrataba como instructor de las milicias palestinas). La operación de los comandos fue muy celebrada, aunque nadie dijo entonces que las tropas italianas encargadas de custodiar al "Duce" habían recibido a los alemanes descorchando botellas de champán. En todo caso, Mussolini fue trasladado a Alemania y, desde allí, Hitler le devolvió a Italia como presidente de la nueva República Italiana, cuyo territorio estaba completamente ocupado por las tropas alemanas. No pudiendo instalarse en Roma por razones de seguridad, el nuevo gobierno ocupó una serie de hoteles y edificios a orillas del lago más grande de Italia, en las cercanías de Salò, ahora agradabilísimo pueblo de veraneantes, limpio, elegante y sin demasiados turistas. Y el régimen renacido, que oficialmente se denominó "Repubblica Sociale Italiana", ha quedado en los libros de historia como la "República de Salò".

El lago de Garda es el mayor de los lagos de origen glaciar del norte de Italia, y está situado en la mitad, aproximadamente, del arco alpino. Las dos ciudades más cercanas son, al sudoeste, Brescia y al sudeste, Verona, que forman con el lago un triángulo mágico (el lago mismo tiene forma triangular, con su vértice al norte) en el que gozar lo que los franceses llaman "la douceur de vivre", aunque la historia que relatamos ahora y que tuvo lugar en estos parajes se parezca más bien al "cuento narrado por un idiota, lleno de estruendo y de furia, sin significado alguno", que era la vida para Macbeth. Las riberas oriental y occidental del lago son escarpadas, con poco espacio para la habitación humana, pero muy distintas entre sí: la occidental fue colonizada a finales del siglo XIX por austríacos y alemanes, que construyeron villas suntuosas y crearon un nuevo paisaje plantando variedades exóticas y lujuriantes, que aquí crecen perfectamente porque este lugar privilegiado disfruta, entre otras cosas, de un microclima que lo protege de las inclemencias del tiempo. En la parte oriental las orillas están habilitadas  como playas, estrechas pero suficientes, que en  verano y en los fines de semana frecuenta un público menestral, distinto del de los lujosos hoteles de la otra ribera. La parte meridional es plana y en ella se ha instalado  la red de pequeñas y medianas empresas que hacen del norte de Italia una de las regiones más ricas de Europa, aunque subsisten rincones encantadores como la península de Sirmione, patria de Catulo un poco estropeada por el turismo.

Al término de la primera guerra mundial los italianos expropiaron las villas de los que habían sido sus "enemigos" austríacos y alemanes (y también de algún suizo, aprovechando la confusión) y se instalaron en ellas, o las dedicaron a hoteles, que todavía existen. En uno de esos chalets, adyacente casi a la Villa Fiordaliso pero situado en la ladera de la montaña, vivió sus últimos años Gabrielle d'Annunzio, a quien el Estado  cedió la vivienda confiscada a un señor alemán que había vivido en ella muchos años sin ejercer ninguna actividad ilícita ni molestar a nadie. D'Annunzio se quedó con la casa y el mobiliario (y una rica biblioteca de libros de arte) y montó en el jardín una especie de parque de atracciones, con un teatrito, un pabellón de cuyo techo está colgado el avión con el que se distinguió en la gran guerra y el casco de un barco, cuyo traslado e instalación allí debieron de costar una fortuna: pero hacía tiempo que las facturas del poeta corrían por cuenta del erario italiano. Todo esto se visita, desde luego; es un museo no desprovisto de interés, pero polvoriento y melancólico. Finalmente los dioses fueron clementes con D'Annunzio, haciéndole morir antes de que pudiera presenciar la catástrofe que desencadenó su amigo y protegido/protector Mussolini y que puso fin a su mundo.

Mussolini se instaló en la villa Feltrinelli, que es probablemente la más elegante del lago. Está en Gargagno, un pueblecito situado  a unos 20 kilómetros de Gardone Riviera. Para llegar a Gargagno hemos de pasar por Maderno, donde merece la pena detenerse un momento para ver la deliciosa iglesia románica de Sant'Andrea; después de la visita a la villa Feltrinelli, podríamos ir hasta Limone del Garda, con sus casas venecianas y los limoneros que le han dado nombre, y , subiendo un poco más, llegaríamos al extremo norte del lago, a Riva del Garda, lugar predilecto de escritores como Goethe, Stendhal o Nietzsche, que allí no encontró la paz que buscaba, aunque tampoco la habría encontrado en cualquier otro sitio.

El hotel Villa Feltrinelli no está abierto a los visitantes, pero se puede ir a comer al restaurante y pasearse por  los salones, que se han conservado como antes de la guerra y son de un estilo "art nouveau" refinado y opulento. La parte del hotel que prefiero (y he leído en alguna guía que esta preferencia está bastante compartida) son los excusados. En las mesitas bajas y las repisas de las chimeneas hay fotografías de los clientes célebres: al comienzo de la primera guerra mundial desapareció la del Kaiser y al final de la segunda la de Mussolini, naturalmente.

En este lugar paradisíaco Mussolini vivió los meses más miserables de su vida, rodeado de espías alemanes, en compañía de su mujer que le sometía a escenas constantes de celos, escapándose para ir a ver a una amante a la que en realidad ya no quería y que no podía probablemente satisfacer. Y presenciando impotente la ruina de todo lo que había intentado construir y, lo que es peor, una ruina de la que él era el culpable principal. La farsa más cruel de todas fue quizás la última. Para Mussolini y los fascistas que le fueron fieles, la República Social Italiana tenía que ser como una segunda oportunidad, una recuperación de los ideales más puros, un cumplimiento de la "revolución pendiente" (a los españoles de una cierta edad esto debe de sonarles familiar). Todas las leyes y directrices adoptadas en el año y pico que duró la República de Salò, y que, por los efectos que tuvieron, no valían ni el papel en el que fueron escritas, eran de claro matiz socialista, desde normas extremadamente favorables al movimiento obrero hasta nacionalizaciones de toda laya pasando por disposiciones  de un populismo absurdo, como la transformación de todos los restaurantes de Milán en comedores populares - aunque también hubo leyes raciales repulsivas.  Mussolini debió de pensar un momento que volvía a ser el joven maestro socialista de sus comienzos.


Curiosamente, muchos jóvenes que no habían tenido nada que ver con el movimiento fascista se sintieron atraídos por lo que ellos veían como una romántica empresa de salvación de Italia y fueron a engrosar las filas de los que después serían llamados "repubblichini" (para no llamarles "republicanos"). Pero todo era falso, todo era mentira y  aquellos jóvenes engañados acabaron haciéndose milicianos y cometiendo atrocidades, o murieron fusilados por los comunistas. Algunos de los supervivientes adquirirían notoriedad después, y sus nombres no dejan de sorprendernos: Marcello Mastroianni, el premio Nobel Dario Fo, Ugo Tognazzi, Giorgio Albertazzi. Sin movernos del mundo del espectáculo podríamos citar a una pareja muy popular del cine de entonces, Luisa Ferida y Osvaldo Valenti, aunque estos se trasladaron al norte por el intento (fallido) de la industria cinematográfica italiana de instalarse en Venecia. Ferida y Valenti acabaron fusilados por los partisanos comunistas, que más tarde justificaron su delito afirmando que la pobre Luisa contribuía a las sesiones de tortura a que eran sometidos los partisanos capturados bailando desnuda delante de ellos, para hacerlos sufrir más. Aparte de que muchos aceptaríamos ser atormentados de esta manera, he aquí un hermoso ejemplo del respeto de los comunistas por la verdad.

Los meses en Salò fueron pues para Mussolini un periodo de inactividad, frustraciones y humillaciones. Los alemanes no le dejaron tomar ninguna iniciativa de importancia, e incluso se vio obligado a ratificar el fusilamiento en Verona de su yerno, Galeazzo Ciano, que había participado en la fatídica sesión del Gran Consejo y había votado contra su suegro. Ciano, a quien todos tenían por un señorito inútil, demostró personalidad y carácter en esta ocasión y también visión política, porque fue contrario a la entrada en guerra desde un principio, y esto le costó primero el cargo de Ministro de Asuntos Exteriores y después la vida. Otros cuatro miembros del Gran Consejo fueron fusilados con él, uno porque era completamente sordo y en la sesión creyó que se estaba votando en favor de Mussolini;  otro se presentó voluntariamente al juicio, pensando quizás que vivía en un estado de derecho. Es posible que fueran los alemanes los que impusieron este final, aunque los fascistas también reclamaban la cabeza de los "traidores".

Harto ya de hacer de marioneta, o quizás incitado por algunos fascistas que proponían la idea delirante de hacerse fuertes en un último reducto en el valle de la Valtellina, y allí defenderse hasta un hipotético armisticio (que ellos mismos sabían imposible) o perecer como Leónidas y sus espartanos, Mussolini se trasladó a Milán para ir después hasta el lago de Como, desde donde pensaba que podría refugiarse en Suiza. Pero este es otro lago, y otra historia.

Sunday, August 8, 2010

Divagaciones italianas I. De camino a Milán

Si Nantes, pongamos por caso, o Grenoble –etapas relevantes de una visita a Francia– estuviesen en Italia, es de dudar que merecieran alguna estrella en la Guía Michelin, o aún que tuvieran cabida en ella. Y, viceversa, si Milán se encontrara en cualquier país que no fuera Italia, sería uno de esos santuarios artísticos que atraen a peregrinos de todo el mundo, como Florencia o Brujas.  Pero, al estar en Italia, los tesoros artísticos de Milán pasan forzosamente a un segundo plano; la gente va a la capital de Lombardía de compras, a hacer negocios o, como el que esto escribe, de paso hacia otros lugares del norte de Italia. En cualquier caso, hay que ir. Para hacer un negocio mirífico (¡cuidado!), para comer un risotto, para comprar una camisa y un par de libros o para visitar dos o tres museos de calidad suprema y alguna basílica paleocristiana: pero hay que ir.

Esto va discurriendo el automovilista que, procedente de París, acaba de franquear la galería del Mont-Blanc y se adentra en la serie de túneles que permiten evitar la vieja carretera de Aosta,  piedra de toque de la prudencia y la habilidad del conductor y sepulcro de impacientes. Estos túneles no alteran el paisaje, hacen ganar un tiempo precioso, centuplican la seguridad y son gratuitos : los ecologistas combatieron su construcción con uñas y dientes. La batalla la emprendió en su día el partido radical, que ya defendía estos principios cuando los « verdes » eran apenas una idea que no alcanzaba a ser ni  proyecto. El creador del partido radical fue Marco Panella, hombre alto, distinguido, de larga melena ondeante,  la persona que he conocido que más se merece el calificativo francés de « flamboyant » (él es consciente de ello y, siendo prácticamente bilingüe, estoy seguro de que le encantaría que  dejásemos el término en francés, aunque nunca leerá esto, naturalmente). El partido de Panella, con sus causas justas y sus reivindicaciones absurdas, con las mediatizadas huelgas de hambre de su fundador, que se dividían en varias categorías o grados según estuviera permitido tomarse un « capuccino » por la mañana y un caldo por la noche, o quizás alguna cosa más sólida al mediodía, fue una luz en el sombrío panorama político de la Italia de los años setenta, los años de plomo, dominados por la alianza tácita entre los democristianos y los comunistas. Frente a la « corrección política », que yo creo que se inventó en Italia, las verdades oficiales, las cosas que no se podían decir aunque las supiera todo el mundo, la prosa  plúmbea de unos y la ideología embalsamada de los otros, las intervenciones del partido radical eran como una bocanada de aire fresco en una habitación cerrada desde hacía mucho tiempo, que arrastraba consigo las mentiras, los disimulos y las telarañas de la clase política de aquella época.

Pero todo esto no se pudo nunca plasmar en votos, porque el chantaje electoral al que los dos partidos principales sometían al votante italiano (« tú me votas a mí para que no salgan los otros ») funcionó a la perfección hasta que los jueces de Milán, en lo que se dió en llamar « Mani pulite » -  una operación pensada para liquidar al partido socialista de Bettino Craxi, que se llevó por delante al partido democristiano y, por último, a todo el sistema - pusieron fin sin querer a la farsa. Y Panella, en cuya persona tantas veces se concentraron los reflectores de la popularidad, no dejó de ser un marginal de la política, aunque se habló un momento de nombrarlo ministro de asuntos exteriores en el primer gobierno de Berlusconi. El se lo creyó, si bien Berlusconi no tenía la más mínima intención de incorporar a su gobierno a una persona tan brillante e independiente, y el hecho mismo de que lo creyese – como se infería claramente de sus declaraciones públicas – pone de manifiesto una característica para mí muy atractiva, pero que descalifica a cualquiera para la política: una ingenuidad profunda, sustancial, elegante incluso. De los otros miembros del partido hizo carrera la listísima y preparadísima Emma Bonino, mano derecha de Panella que fue comisaria europea, y alguno, como el ex-alcalde de Roma Rutelli  (haber sido alcalde de Roma es más bien un descrédito, por razones que cualquiera que haya visitado la ciudad en los últimos treinta años entenderá sin dificultad), que cambió de chaqueta con ánimo de medrar, gesto de antigua y arraigada tradición política que en italiano tiene incluso nombre:« trasformismo ».

Recientemente Panella declaró a la prensa – tal vez en ocasión de su octogésimo aniversario – que había sido siempre bisexual. No lo creo, me parece más bien un intento desesperado de mantenerse « à la page ».

Entretenido en esos pensamientos, el automovilista va llegando a Milán. Hay dos vías de entrada a la ciudad, el Viale Certosa y el Viale Zara, que nos llevan, en ambos casos, directamente al centro. Fueron trazadas en una época en que la urbanística no tenía como finalidad obsesiva obstaculizar el tráfico rodado. Pero una vez en el centro deberemos ciertamente dejar el coche en el estacionamiento del hotel, si hemos sido lo bastante avezados para reservar uno con garaje, y desplazarnos a pie o, si acaso, en metro. Veamos lo muchísimo que da de sí Milán.

Monday, May 10, 2010

Turner

En el Grand Palais de París se expone una parte de la obra del pintor inglés Turner, acompañada de varios cuadros de pintores contemporáneos suyos, o que influyeron en él. La exposición no es muy amplia pero deja ver bastante bien la evolución pictórica de Turner, que empezó pintando paisajes como Gainsborough y acabó haciendo composiciones impresionistas, treinta años antes de “Impression, soleil levant” de Monet.

Con los años, la luz que Turner no encontraba en su Londres natal y tuvo que ir a buscar al extranjero fue ocupando un espacio cada vez más importante en su obra. La luz, que hasta entonces había permitido a los pintores delinear con más precisión los objetos, perfilar mejor las imágenes, en los cuadros de Turner fue devorando las formas y desdibujando los perfiles hasta que, en sus últimos paisajes, la tierra y la hierba de los prados  no son más que manchas de color y los árboles fantasmas de contornos difuminados, como si el sol le diera en los ojos  mientras pintaba. La luz de Turner nos da una Venecia blanca, que no vieron Canaletto ni Guardi, y alguna marina turbulenta y caótica, ya muy cercana al arte abstracto. Es un pintor fascinante, y es sorprendente la buena acogida que tuvo entre el público de su tiempo  (estamos hablando de la primera mitad del siglo XIX).

En la Inglaterra ya mercantilizada de su época los pintores no dependían exclusivamente de las comisiones de cuadros de tema religioso o de retratos de las familias aristocráticas, como en otros países de Europa, y Turner abrió una galería, o sea una tienda, en la que ofrecía sus obras a la venta; y así se ganó la vida. En el Ashmolean Museum de Oxford hay una curiosa pintura de George Jones en la que se ve a Turner en su galería, mostrando los cuadros a los eventuales clientes. Sabemos pues que tuvo bastante éxito en vida (es decir, que había un público preparado para sus atrevimientos) y que suscitó la emulación de sus contemporáneos.

En la exposición de París hay un cuadro extremadamente interesante de uno de sus principales rivales, el gran Constable. Como tantas veces ocurre entre artistas, la visión de los cuadros de Turner hizo entrar en crisis a Constable, que empezó a dudar de su propia pintura. Para hacer ver al mundo en general, y sobre todo a sí mismo, que seguía siendo el más grande, decidió demostrar que su paleta era tan variada y sutil como la de su competidor en un cuadro que presentaría a la exposición de la Royal Academy. Es el titulado “Inauguración del puente de Waterloo”, uno de los fracasos más estrepitosos de la pintura universal, como podemos ver en el Grand Palais. Lo que quiere ser una manifestación de riqueza cromática y de arte combinatoria no es más que un revoltijo de colores mal elegidos, el desperdicio de una técnica pictórica de primer orden como fue la de Constable. Turner presentó a la misma exposición una marina a primera vista modesta, pero de una elegancia y una delicadeza aéreas, que también figura en la muestra de París.

Quiere la leyenda que, a la vista del desbarajuste de colores de Constable, Turner añadiera irónicamente una mancha de rojo en la parte baja de su cuadro, a la que después dio forma de boya. Constable comentó, despechado: “No es más que vapor y luz”. Así es.

* * * *