Saturday, April 24, 2010

Pierre Boulez

Pierre Boulez ha dicho que “la música de Erik Satie huele a pipí de gato”.  Pierre Boulez no sólo detesta a Satie: empezó rechazando a los músicos del siglo XX que no compusieran exclusivamente música dodecafónica (el prefiere el término “serial” porque lo encuentra menos elitista), y cuando aún era estudiante en el conservatorio adquirió notoriedad encabezando una ruidosa protesta  durante un concierto de Stravinsky en París, por entender que  la música del periodo neoclásico del genio ruso era una afrenta a la modernidad. Pronto su iconoclastia se hizo extensiva a  los compositores del siglo XIX y, después de repudiar a “tutti quanti”, desde Schubert hasta Brahms, percatándose de que, en fin de cuentas, la música atonal se remonta casi a comienzos del siglo XX, es decir que es tan vieja como Strauss, Debussy o Puccini, cerró el círculo proclamando que Alban Berg era un cursi y que “Schoenberg ha muerto”. Para premiar quizás sus audaces pronunciamientos, las autoridades  le confiaron varios cargos de responsabilidad en el mundo musical; erigido en  autócrata de la música francesa, su acción se caracterizó por la arbitrariedad y el sectarismo más absolutos y aún hoy debe de ser una de las personalidades más odiadas en los círculos intelectuales del país vecino. No es de extrañar que se fuera a residir permanentemente a Alemania y que, abandonando toda veleidad de poder, se dedicase a lo que sabe de verdad, o sea interpretar o componer música.

Como director de orquesta las versiones de Boulez han sido muy criticadas,  pero a mí, aficionado sin pretensión ninguna de ciencia musical, me gustan sobremanera y como yo deben de pensar muchos, porque sus discos tienen gran difusión y las salas en las que dirige rebosan siempre de público. Con la batuta en la mano prescinde de todo ademán romántico o expresión extática, y su gesticulación es tan contenida, y su cara tan impasible, que diríase un cajero de banco contando los billetes para un cliente dudoso. Es una actitud deliberada, claro está: se trata de hacer ver que, sin llegar a despreciar la música que interpreta, por lo menos es inmune a cualquier sugestión de complacencia sensual. ¿No dijo en una ocasión que el placer de los sentidos es un efecto apenas secundario de la música?  También dijo que hay que destruir todo el arte (no solamente la música) del pasado: la contradicción con su “modus vivendi”, y con su vida misma, es tan palmaria que no sé si la habrá podido resolver con  la dialéctica marxista, en el supuesto de que le importe un bledo.

En cuanto a sus composiciones, de estructura rígidamente atonal y de severidad sin concesiones, digamos que si hubiera que elegir entre toda su obra y una cualquiera de las piezas para piano de Erik Satie, incluso las más exiguas y minimalistas, la elección ya está hecha, sin pensarlo ni un momento.

AUDIO: Erik Satie - Pièces froides

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