Monday, December 27, 2010

"Riña de gatos"

Siempre he pensado que la crítica literaria es una disciplina de elevadísima exigencia, reservada a  especialistas o a escritores que estén en posesión de recursos intelectuales sobresalientes. La gran crítica de libros de los dos siglos precedentes figura por derecho propio en la historia del pensamiento occidental, y críticos como Sainte-Beuve o Ernst Robert Curtius ejercieron una influencia que excedió con mucho del ámbito literario estricto. Algo parecido ocurre hoy en día con Marcel Reich-Ranicki en Alemania. Escritores muy importantes se dedicaron profesionalmente a la crítica literaria, no siempre con resultados convincentes: los ensayos de T.S. Eliot se nos antojan tan falsos como su poesía (me consta que esta opinión les parecerá a muchos una herejía, si no un despropósito), y las lecciones de Nabokov sobre el Quijote dejan la extraña impresión de que el novelista ruso no leyó el libro que comentaba o que, si lo leyó, no entendió nada. Pero da igual: aún limitándola a su función más peligrosa, la de orientar al lector,  la crítica literaria es imprescindible. Viviendo en el extranjero, no he tenido oportunidad de leer todavía ninguna crítica de la última novela de Eduardo Mendoza, "Riña de gatos",  galardonada con el Premio Planeta de 2010, que de esta manera se hace merecedor del calificativo  "prestigioso". Las consideraciones que vienen a continuación no aspiran, desde luego, a la condición de crítica literaria: véase en ellas un simple comentario.

Los críticos actuales parecen prestar menos atención a los elementos  formales de la obra, o simplemente a la corrección del idioma empleado. Muchas veces no se nos dice siquiera si el libro se lee con facilidad, factor a tener en cuenta en nuestra decisión de leerlo. Cierto es que grandes obras de la literatura (pienso ahora en "La muerte de Virgilio" de Broch, o en los ejemplos más clásicos de "Ulysses" o "Finnegan's wake") son de lectura recomendada en Cuaresma, para mortificar la carne, mientras que uno de los libros peor escritos que he leído en español, "Antes que anochezca" de Reinaldo Arenas, es una obra maestra cuya fuerza y eficacia  obligan a leerla de un tirón. La legibilidad, precisamente, ha sido siempre uno de los rasgos característicos de la escritura de Mendoza, asentada en un dominio casi absoluto de la lengua; en "Riña de gatos" la historia fluye ininterrumpidamente, sin que nos demos cuenta apenas de los  cambios de ritmo, que los hay (sobre todo a mitad de la novela) y de alguna pérdida de intensidad. El conocimiento del castellano del autor y la elegancia con que maneja la lengua, sin forzamientos ni artificiosidades de estilo, hacen que sus libros sean ideales, por ejemplo, para los extranjeros que deseen aprender el español o mejorarlo sin morirse de aburrimiento en el empeño.

No quiere decir esto que en la novela que nos ocupa no haya descuidos estilísticos. Pienso particularmente en un empleo abusivo y con frecuencia injustificado de los adjetivos. La norma literaria contraria a la utilización excesiva de los adjetivos se origina, creo, en Hemingway y sus acólitos. Es una norma que, como tantas otras, hay que aplicar cuando convenga sin tomarla demasiado en serio. Hemingway, que recibió la directiva de la ilegible Gertrude Stein - aunque otros dicen que se la aconsejó Ezra Pound - escribió novelas estupendas sin adjetivos al comienzo de su actividad literaria y novelas muy mediocres, también sin adjetivos, al final de su vida. Pero es verdad que los adjetivos y los adverbios deberían, ante todo, transmitir información y no hacer hincapié en cosas sabidas, ni dar indicaciones inútiles. ¿Les dice algo la expresión "Los ingenuos placeres de una infancia irremediablemente perdida"? ¿Es necesario que el busto de Beethoven sea "blanco y taciturno" (entendiéndose por taciturno "melancólico", supongo, porque no se sabe de bustos que sean parlachines)? . En fin, no es un defecto importante pero a veces desmerece de las descripciones, excelentes como siempre en las novelas de nuestro autor.

Otro aspecto problemático tiene que ver con los diálogos. Aparte de que varios personajes se expresan de la misma manera, cosa que no ocurre en la vida real, a veces su habla es muy poco coloquial. El protagonista, que es inglés, le pregunta a la policía "¿Puedo inquirir el motivo de mi presencia en este lugar?"; una señorita afirma tener "razones muy poderosas que avalan mi ruego"; el inglés, decididamente redicho, informa a la señorita de que "poderosos factores emocionales interfieren en el proceso". Se diría casi una terminología de instancia elevada a una autoridad "cuya vida guarde Dios muchos años", como se escribía antes. En todo caso  así no habla nadie si no es en clave paródica, y ésta es quizás la respuesta: yo creo que Mendoza ve la escritura, la literatura y la vida misma en clave paródica. Y lógicamente las situaciones de sus novelas, los personajes y el lenguaje que emplean son parodias de la realidad.

Tratándose de novelas, las peores críticas son las que más información dan sobre el argumento. La trama de "Riña de gatos" posee suficientes elementos de intriga para que el interés no decaiga un instante, y también para que nos abstengamos de referirla en detalle. El protagonista es un inglés, especialista en el arte del siglo de oro español, que viaja a Madrid en 1936 comisionado por un aristócrata  que requiere sus servicios en relación con un misterioso cuadro de Velázquez - las digresiones sobre Velázquez son interesantísimas, y saben a poco -, naturalmente con segundas intenciones que, a medida que avanza la historia, se van adivinando sin excesiva dificultad. El inglés, además de hablar un español que desafía la verosimilitud, como hemos dicho, parece irremediablemente tonto, al igual que otros protagonistas mendocianos, y al mismo tiempo no sale demasiado mal parado de la historia y se acuesta con todas las mujeres, menos una o dos, que aparecen en la novela. Tan tonto no será, dirán ustedes. Quizás no, efectivamente, tanto más cuanto que de inglés el protagonista tiene muy poco  (le falta entre otras cosas la íntima convicción, común a todos los ingleses de su clase social - y aún más en los años treinta del siglo pasado - de que los extranjeros,  y muy señaladamente los europeos del sur, pertenecen a una especie animal distinta), hasta el punto de que  pudiera verse más bien como el yo narrante del escritor. Los personajes femeninos son complejos y están muy bien concebidos,  y el mundo de la prostitución y el hampa está perfectamente descrito, como en casi todos los libros de Mendoza, y ofrece algunas de las escenas más convincentes de la novela.

En un excelente artículo publicado en La Vanguardia de Barcelona podía leerse que el propósito de "Riña de gatos" es denunciar a los responsables del clima de violencia e inseguridad que condujo a la guerra civil, y que estos responsables fueron los falangistas. Yo diría que no es esta  una novela histórica, sino una novela en la que aparecen personajes históricos. La atribución de responsabilidad no está muy bien definida, aunque varios personajes califican de botarate  a José Antonio Primo de Rivera y de pandilla de señoritos irresponsables a sus seguidores. En realidad el autor  da una imagen un poco tópica de José Antonio, pero no antipática, y  queda bastante claro que los responsables de la guerra fueron los que la declararon, o sea los militares. A quienes sí se exime de  responsabilidad es a los hombres de la República, como se infiere de la siguiente valoración, que en el marco de la narración no viene muy a cuento y parece incluso una apostilla: "el Gobierno de derechas que precedió al actual hizo lo que pudo para invalidar los logros laborales alcanzados hasta el momento y reprimió la agitación con inusitada brutalidad. Hoy el Frente Popular trata de reconducir la situación pero choca con obstáculos formidables: la oposición... torpedea en el Parlamento el programa de reforma social del nuevo Gobierno, mientras las poderosas fortunas españolas maniobran en las bolsas europeas para provocar...el hundimiento de la economía. La Iglesia y la prensa, mayoritariamente en manos de la derecha, agitan la opinión y siembran el pánico...". Esta es la versión por así decir  oficial  de la oposición a Franco, y todos la repetimos y sostuvimos en su día porque era lo justo en aquellas circunstancias. Pero ahora quizás convenga matizar un poco más cuando se habla de aquella época.

La descripción de los personajes históricos es desigual. De los militares, Franco pasa como una sombra, de Queipo de Llano se da la imagen proverbial del espadón decimonónico - también el sacerdote de los duques, en la narración de Mendoza, es un arquetipo de los curas broncos y ultramontanos de las guerras carlistas -  y el único que merece una atención más personal es Mola, uno de los máximos responsables del golpe militar y de la política represiva que lo siguió, de quien se cuenta  que escribió un tratado de ajedrez. Los gobernantes republicanos reciben en general un trato más de favor, como hemos visto, pero nada justifica la imagen de intelectual afable con que se presenta a Manuel Azaña, aquel hombre profundamente civilizado pero soberbio y resentido que nos describen todos los testimonios contemporáneos y nos hacen ver los diarios que escribió.

La trama del cuadro de Velázquez se va deshilachando  a medida que avanza la narración, las historias amorosas se zanjan a la manera clásica y al final la peripecia gira básicamente en torno  a la situación española, la tragedia que se avecina. El escritor remata el relato con una sorpresa  propia de novela policíaca o de espionaje que requiere la suspensión de toda facultad crítica, como ocurre casi siempre con estas novelas. El dato inesperado, que concierne a la persona de José Antonio, no añade nada a la narración y parece casi un subterfugio del autor en el momento de pánico que me imagino  acomete a los novelistas a la hora de dar término a la obra. Es una solución tanto más innecesaria cuanto que la historia de España nos conduce por si sola al desenlace,  y la detención de José Antonio, que nosotros sabemos representa el fin de su trayectoria vital, aunque los personajes de la novela no puedan saberlo, ofrece un final más que adecuado a la aventura, con la inminencia de la guerra como telón de fondo.

Según el diccionario, la crítica es un juicio o conjunto de juicios sobre una obra literaria, artística, etc. O sea que no es necesario que una crítica literaria señale errores o imperfecciones en la obra que se juzga, aunque si no los señala parece incompleta o, lo que es peor, de encargo. En nuestras observaciones hemos apuntado a algunos posibles defectos de "Riña de gatos" que, a veces, parecen denotar incluso una cierta precipitación en la escritura: pero si el lector no saca en conclusión que la novela de Mendoza es uno de los libros más interesantes publicados en el año 2010, y no solamente en lengua española, ello querrá decir que el objetivo de la presente reseña no se ha cumplido, por torpeza del reseñador. Ya me parecía a mí que para crítico literario no sirvo.
 

1 comment:

  1. La acabo de leer y me ha cambiado la cara. No habia leído nunca a Mendoza (quizá por ser considerado como un escritor de culto)

    Como dices, veo fallos en el tono de los diálogos, algo tan fácilmente evitable. La niña Lilí, una preadolescente con las hormonas descontroladas hablando como una académica? y en general todos los personajes, con varios semitonos más elevados. Parecían una orquesta totalmente desafinada.

    En cuanto a la "explicación de quien es más culpable de la guerra", estoy de acuerda: es de novela, no llega a novela histórica. Sólo reproduce los tópicos antifranquistas que "la derecha tumbó la legalidad republicana" con algún guiño al revisionimo (muy necesario por otra parte) de este tema, con expresiones como "a los falangistas no les faltaba algo de razón".

    Sin duda, afirmar o sugerir que la Falange fabricó el clima de violencia está muy bien para seguir convenciendo a los bienpensantes pero no por ello, es verdad, logicamente. El clima ya se caldeó a un mes de abril del 31 ,con la quema de iglesias, las llamadas a la revolución obrera por parte del PSOE y no digamos nada por la revolucion del 34.

    La Falange, sí, era un grupo de jóvenes intelectualoides, con exceso de retórica y poco más que fundó en el 33, bastante después de que la izquierda deshiciera gran parte de los pilares sociales con leyes extremas y con coacciones de todo tipo. En ese caldo de cultivo, y con el fascismo de moda en Europa, no es de extrañar que saliera un joseantonio.

    Volviendo a la novela, es claramente mejorable, sobre todo en el aspecto psicológico de los personajes. El autor se ha vengado bien del tal Whitelands, realmente. Un personaje tan poco consistente, tan desconcertante, tan atolondrado no llega ni antihéroe (ojalá). Es simplemente patético.

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