Tuesday, March 22, 2011

Libros que no vamos a leer

Veo en la librería de un aeropuerto un libro titulado "Mentiras fundamentales de la Iglesia católica", de Pepe Rodríguez (así da su nombre el autor, para que lo tratemos con confianza). El título pretende ser eficaz, y lo de "fundamentales" supongo que quiere decir "en las que se fundamenta". A mí ese título me hace pensar en un personaje de "Porgy and Bess", la ópera de Gershwin. Sporting Life es un truhán que vive de pequeños fraudes, del tráfico ocasional de drogas y del proxenetismo, pero que se las da de hombre de mundo y goza de un cierto prestigio - sobre todo entre las mujeres - en la comunidad de modestos trabajadores negros en la que transcurre la acción. Al final de la obra Bess huye con él a la ciudad, abandonando a Porgy. El compositor ha reservado a este personaje una de las mejores y más conocidas canciones de la ópera, "It ain't necessarily so",  que refleja quizás más que las otras el intento de incorporar ritmos jazzísticos a una obra de mayor envergadura como es este ensayo de ópera popular*. Ante un público atónito y un poco alarmado, Sporting Life se mofa abiertamente de las historias bíblicas que constituían el fundamento de la escasa instrucción religiosa que los misioneros protestantes impartieron a la población negra de América del Norte, ya en los tiempos de la esclavitud. Habla de Moisés, a quien la princesa encontró en el río, de Jonás, devorado por una ballena y expulsado después, y todas las veces añade burlonamente "it ain't necessarily so", "no ha de ser así necesariamente". Salpica su exposición con palabras o expresiones que cree cultas ("abdomen", "grain of salt", incluso "necessarily") y que pronuncia mal porque él también es prácticamente analfabeto, pero que impresionan al auditorio. Es el paradigma del anticlericalismo vulgar (burlarse de lo que no se entiende siempre es vulgar), derivado del escepticismo religioso que fue una de las armas ideológicas del movimiento obrero desde sus inicios, y que en la América de aquellos años se expresó en las tonadas de los cantantes populistas de la Depresión**; supongo que esto es lo que quiso ridiculizar el libretista de la ópera, DuBose Heyward, que fue un escritor sureño de raza blanca.

No es que el anticlericalismo, que en España tiene una tradición que se remonta a mucho antes de la Ilustración - como testimonian los clásicos - haya de ser "necessarily" vulgar. Escritores como Edward Gibbon a comienzos del siglo XIX, Bertrand Russell o Pérez de Ayala en la primera parte del siglo XX o Fernando Savater en nuestro tiempo, políticos como Clemenceau o Azaña y tantísimos otros, pueden ser tachados de anticlericales (aunque yo les llamaría mejor "irreligiosos", como en el caso de Ortega, por ejemplo) pero en modo alguno de vulgares. En cambio, un libro titulado "Mentiras fundamentales de la Iglesia católica" (ese "fundamentales"...) es muy difícil, casi imposible que no sea vulgar. Dejémoslo en la estantería.

Otro libro de tema religioso, pero radicalmente distinto por todos los conceptos, es la biografía de Jesús del papa Benedicto XVI, cuyo segundo tomo acaba de publicarse precedido de un extraordinario despliegue publicitario y, al parecer, con gran éxito de ventas. Como es natural, en estas alturas enrarecidas la vulgaridad no tiene cabida***. El papa es un intelectual solidísimo, y damos por supuesto que su obra reúne todas las condiciones de elevación, seriedad y profundidad que pueden exigirse a un texto religioso. Las obras que tienen por objeto aclararnos el sentido de nuestra existencia, nuestro destino individual o colectivo, en suma nuestra "salvación", como dicen los creyentes, deberían interesarnos siempre. Por desgracia, muchas de ellas están escritas por curas (y si el papa no es un cura, ¿quién lo es?) y al que esto escribe los libros de curas dedicados a estos temas le provocan un rechazo casi invencible, por una razón que no tiene nada que ver con ideologías o creencias, y  menos aún  con cualquier clase de antipatía hacia los miembros de ese estamento. Los libros sobre temas religiosos escritos por sacerdotes, y también por algunos católicos laicos, tienden a partir de una petición de principio consistente en dar por comprobada la veracidad de todo lo que exponen, y por ende la validez de los argumentos basados en estos "hechos". Y esto es precisamente lo que no quiere un lector agnóstico interesado en estos temas (movido quizás por el secreto deseo de que le convenzan). Es cierto que un gran número de estas verdades son "reveladas", pero a muchos no se nos ha revelado nunca nada y no podemos aceptar  apriorismos por el mero hecho de que hayan sido aceptados antes por otros. Lo curioso es que la propia Iglesia resolvió este problema hace muchos siglos (y me gustaría saber quién fue el genio al que se le ocurrió: algún historiador de las religiones debe de saberlo).

Aquietamiento de una tempestad.
Codex Egberti, siglo I.
La solución es la "fe"; la fe es un don del cielo que nos permite creer toda una serie de cosas que no podemos verificar. Creer, he dicho: nadie "cree" que es más alto que su hija de siete años, ni que el río Sena pasa por París. Son cosas que se "saben". Pues bien, esta solución ("creer", no "saber"), que yo encuentro muy razonable, no parece satisfacer a los autores de las obras a que nos referimos, cuyos argumentos y disquisiciones dan por sabidas cosas que no sabe nadie, y parecen ir destinados exclusivamente a los ya convencidos. Por ejemplo, guiándome por algunas reseñas de la obra del papa (aunque él dice que la obra no la ha escrito el papa sino Ratzinger, y generosamente renuncia al don de la infalibilidad para sus argumentos y conclusiones) entiendo que el autor parte del principio de que los hechos narrados en los Evangelios están históricamente demostrados. Esto es muy arriesgado de afirmar, porque los Evangelios no fueron escritos por una misma persona y abundan en contradicciones y en datos que se ha comprobado no son ciertos. He leído a autores que, refiriéndose a los textos sacros, distinguen entre la verdad histórica y la verdad apologética: tampoco me parece mala solución.

Los periódicos italianos y franceses han prestado bastante atención al libro del papa (los periódicos anglosajones solo hablan de la Iglesia católica en relación con los casos de pederastia). El papa es un refinado teólogo, y su obra precisaba de la exégesis de otros teólogos distinguidos, o bien de intelectuales de altos vuelos. En el "Corriere della Sera", por ejemplo, el gran escritor Claudio Magris dedica a la biografía de Jesús un artículo de fondo que da comienzo en la portada y es la "pièce de résistance" del tratamiento reservado por el importante cotidiano milanés a la obra que nos ocupa. El cronista no necesita presentación: es posiblemente el intelectual italiano más célebre de nuestros días. Es cierto que después de varias tentativas infructuosas de leer su obra más conocida, "Danubio", uno estaría tentado de agregar sus libros a la lista de los que "no vamos a leer", pero esta es una opinión personal sin el menor peso ante el prestigio internacional del personaje. El escritor triestino afronta visiblemente la tarea de comentar el libro del papa con la decisión de estar a la altura del asunto y del autor, y quizás con la esperanza secreta de superarle: si es el mejor ensayista, novelista, crítico literario, autor teatral y autor de libros de viaje, ¿porqué no habría de ser también el mejor teólogo?  Veamos su glosa a la argumentación del papa sobre un tema que nos concierne a todos, de modo más definitivo que ningún otro: la inmortalidad del alma. "Y es que la vida eterna no es" - escribe Magris, comentando un texto de Karl Rahner - "la "vida ultraterrena", una continuación ilimitada en el tiempo en cualquier otro lugar... Lo eterno no es el tiempo que continúa sin fin, cancelando a cada instante el instante precedente. Lo eterno es la vida en sus epifanías esenciales - dolor, felicidad, amor, conocimiento de la verdad - siempre presentes; es el kairós de los griegos, el momento en el que la eternidad y la revelación de lo absoluto irrumpen en el tiempo y en la existencia; es el instante de Michelstaeder, vivido siempre como si fuese el último". ¿Está claro?

Veamos ahora lo que dice al respecto otro teólogo, que además es papa, en el libro que estamos comentando sin haberlo leído. La tesis del papa, que es un poco más inteligible que la de Claudio Magris, es la siguiente: "La expresión "vida eterna" no significa la vida que viene después de la muerte, siendo la vida actual precisamente pasajera, y no una vida eterna. "Vida eterna" significa la vida misma, la vida verdadera, que puede vivirse también en el tiempo y que después ya no es impugnada por la muerte física. Esto es lo que interesa: abrazar ya desde ahora la "vida", la vida verdadera, que nada ni nadie pueden destruir". Muy bien, Santidad, pero si es así ¿qué queda de la vida perdurable, de la resurrección de los muertos, de la promesa de que volveremos a ver a los seres queridos,  que viviremos para siempre en un mundo sin maldad ni dolor, que forzosamente ha de ser "otro" para que reúna estas características? ¿Qué nos espera después? ¿Alguna epifanía esencial?

Evitemos pues otra decepción y no leamos el libro del papa, ni ningún libro de teología. Hegel dijo que la filosofía consistía en  pintar de gris lo que ya es gris, y a mí me parece que la teología consiste en pintar de gris la nada. Si he de leer libros sobre religión prefiero los de los católicos conversos ingleses, como Newman, Chesterton o Dorothy Sayers,  que aunque tampoco me convencen son de lectura más grata.

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* No lo he visto confirmado en ninguna parte, pero yo diría que otra fuente de inspiración de Gershwin, fiel a sus orígenes, fue la melopea judia clásica, utilizada también por otros compositores americanos como Cole Porter.

** Durante mucho tiempo creí que "Rascayú", una canción de mi infancia que popularizó Bonet de San Pedro, era la versión española de una de estas canciones anticlericales americanas ("Rascayú, Rascayú, cuando mueras serás tú, tú serás, tú serás, un cadáver nada más"), que negaba nada menos que la vida eterna y se les había pasado por alto a los censores franquistas. No es así: "Rascal you" es una canción negra en la que un marido desea la muerte al amante de su mujer.

*** Esta afirmación no ha de entenderse en términos absolutos. Recuerdo a un celebrado cardenal español cuyo rasgo característico más constante, que se evidenciaba sobre todo en intervenciones públicas como conferencias, entrevistas en la televisión, etc., era la ordinariez. En el curso de su brillante carrera fue obispo franquista encargado de reprimir los brotes de catalanismo del clero de su diócesis, para luego convertirse en paladín de la democracia cuando cambiaron los aires en Madrid y en el Vaticano.

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