Sunday, May 15, 2011

Tres políticos

I.  Sarkozy

Puede ocurrir que el año que viene Nicolas Sarkozy pierda las elecciones a la presidencia de la República.  Ello sería debido, según piensan algunos comentaristas políticos, a la percepción del pueblo francés de que su Presidente no sabe lo que quiere ni adónde va, pero yo creo que pueden intervenir otras causas: una de ellas es la escasa educación, en todos los sentidos de la palabra, del primero de nuestros tres políticos. Cuando fue Ministro del Interior se ilustró llamando a los jóvenes de los suburbios "racaille". Este es un término muy insultante, que se habría  traducido por "la hez de la sociedad" cuando esta expresión tenía sentido, y si Sarkozy lo empleó fue sin duda por razones electorales (como otros muchos políticos, todo lo que hace parece estar motivado por razones electorales), porque así es como ven muchos franceses a esos jóvenes peligrosos y agresivos, para otros simplemente chicos revoltosos. Pero, siendo ya Presidente, los franceses quedaron atónitos al oírle responder ante las cámaras de televisión a un infeliz que le había interpelado airadamente, "casse-toi, pauv' con" ("lárgate, imbécil", aunque esta traducción es más comedida que el original), exactamente como habría respondido un miembro de la "racaille".  Tampoco le ayuda mucho su físico: se puede muy bien ser bajo de estatura, pero no llevar zapatos con tacones alzados, o ser poco agraciado, pero no  hacer toda clase de visajes y gesticulaciones cuando se habla en público. No obstante,  está casado con una mujer muy bella, ex miembro de la "gauche caviar"*, que le hace leer a Proust en sus horas de asueto. Su mujer anterior, Cecilia Ciganer, descendiente directa de Albéniz, también era guapa y a mí se me antojaba más "sexy" que la actual. Todo esto parece demostrar, una vez más, el atractivo sexual que confiere el poder. Mitterrand, que fue un hombre de mucha más categoría intelectual y política que Sarkozy, aunque quizás no moral, tampoco era precisamente un Apolo y sus intentos de vestir con elegancia resultaban patéticos; sin embargo, sus éxitos femeninos eran constantes y se pusieron de manifiesto incluso el día de su entierro, en el que estuvieron presentes, casi codo con codo, su mujer legítima, su amante y la hija que tuvo con ésta. Yo pienso que si un día eligen presidente al gorila del parque zoológico, cosa no imposible en una democracia y que ya ha ocurrido alguna vez en los regímenes autoritarios, seguirá habiendo señoras atraídas por la erótica del poder (o señores, desde luego, sea cual fuere el sexo del elegido).


Un factor de peligro para Sarkozy es, una vez más, el Frente Nacional, que en 2002 cerró el paso a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales  al candidato socialista Lionel Jospin. La situación podría repetirse, pero al revés: los votos de la derecha que vayan a la escarcela del Frente Nacional, más los de los  decepcionados de Sarkozy y de algún centrista que se presentará por cuenta propia, podrían dejar al presidente en tercer lugar (y por lo tanto eliminado de la segunda ronda), por detrás del candidato del Partido Socialista y de Marine Le Pen, la recién nombrada secretaria general del partido que fundó su padre, el viejo luchador de la extrema derecha que se enfrentó a Chirac** en aquella ocasión. Así pues, a  Dominique Strauss Khan, el economista que sucedió a Rato en la dirección del Fondo Monetario Internacional y que podría ser el candidato del Partido Socialista, y a sus correligionarios les interesa que el Frente Nacional prospere. Y es que, por atractiva que sea la nueva secretaria general  -que quiere dar un  aire de modernidad a su partido, aunque nadie sepa muy bien en qué consiste la innovación-, el voto frentista no puede sino ser un voto de protesta, por más que el Frente sea, en este momento, el primer partido obrero de Francia, cosa que reconocen tanto el Partido Socialista como el Partido Comunista.  Porque cuando Marine deja de lado sus proclamas panfletarias contra la Unión Europea, los inmigrantes, los burgueses, los liberales, la mundialización, los Estados Unidos y tutti quanti y habla de cosas serias como los efectos que tendría una retirada francesa de Europa (y por ende del euro) al día siguiente de ganar ella las elecciones, o trata de explicar cómo se financiaría el neoproteccionismo económico e industrial que parece constituir el meollo del programa de su partido, a los franceses, que no son tontos, se les ponen los pelos de punta. Con su padre pasaba lo mismo. Como sucedió en las elecciones de 2002, la presencia en la segunda ronda electoral de un candidato del Frente Nacional garantizaría la elección del otro candidato.

Nada de esto es seguro, claro está; por frívola que sea la democracia, es muy injusto - aunque no necesariamente descaminado -  juzgar a un hombre por sus gustos vulgares o su desafortunada manera de expresarse. Los socialistas dicen que Sarkozy es el "Presidente de los ricos", pero a mí me parece que los ricos han vivido muy bien con todos los Presidentes de la Quinta República, incluído Mitterrand, y que si algo ha hecho este gobierno es prestar un poco más de atención a la clase media, que buena falta le hacía. Más allá de los errores del Presidente, que los ha cometido y graves, los franceses son conscientes, por ejemplo, de que Francia se está recuperando notablemente de la crisis sin tocar apenas su sistema de seguridad social, que es el más adelantado de Europa. Francia tiene el doble de habitantes que España, y la mitad de parados. Los cambios de gobierno del primer quinquenio han acreditado la prudencia y el buen hacer de Sarkozy, que se ha desembarazado de varios ministros inoperantes (asuntos exteriores, interior, justicia) y en cambio ha conservado  al brillante y popular Primer Ministro, François Fillon, quizás a regañadientes porque ve en él a un posible contrincante: pero esto no hace más que confirmar su inteligencia política. No es imposible, pues, que las elecciones presidenciales culminen en un mano a mano entre Sarkozy y el candidato socialista y que el actual Presidente - con sus latiguillos inelegantes y su vistosa mujer, con sus zapatos de tacón alto, que le hacen parecer más bajo, y con sus inmisericordes lecturas nocturnas de Proust - sea reelegido para un segundo mandato.


* Expresión que en español podría traducirse por "pijos progres".  Los americanos les llaman "radical chic" (en inglés radical quiere decir de izquierdas) y los italianos, que suelen reproducir literalmente los términos ingleses sin molestarse en traducirlos, utilizan la misma expresión. En la Barcelona de los años sesenta se inventó el vocablo "gauche divine", inspirado obviamente en el calificativo francés pero sin la mención del caviar, que por aquel entonces pocos debían de haber probado en nuestro país.

** Autor de la promesa electoral que más me ha gustado de todas las que he oído: "Mi demagogia les dejará estupefactos".
                                                     
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II.  Zapatero

Veo en una revista de París destinada a señoras "bien" y  aspirantes varias a esta categoría una fotografía de José Luis Rodríguez Zapatero; según el pie de la foto, nuestro Primer Ministro forma parte de una lista de hombres distinguidos de Europa, de todos los cuales se facilita el nombre y la imagen. Algunos tienen efectivamente muy buen aspecto; con otros no compartiríamos ni el rancho de un cuartel, por la pinta que ofrecen y por lo que sabemos de ellos. La inclusión de Zapatero en la lista no parece anómala ni extravagante. Hay que reconocer ante todo que tiene planta, lo que no es de subestimar en un país de políticos de la prestancia de Indalecio Prieto, Azaña, Franco, Carrillo, Jordi Pujol, Fraga o Montilla. Sus trajes son discretos y están bien cortados, y él los lleva con un cierto donaire. Su falta aparente de vanidad y de agresividad lo hacen muy atractivo. Es un español que habla sin alzar la voz, un hombre que nada más iniciar su mandato anunció el "talante" que iba a informar su acción, y el término parecía muy bien elegido: pero no le dejaron practicarlo. Comparado a sus predecesores, no es plebeyo como Felipe González ni tiene la arrogancia ridícula de Aznar. Es, en resumidas cuentas, una persona bien educada; otra cosa es que en la batalla política sea hábil y duro, pero ésta es una condición sine qua non de su oficio. Su mujer tiene buen tipo, viste bien y parece poco amante de la ostentación: huye de los primeros planos y se concentra en la  educación de sus hijas y en sus aficiones artísticas. Debe de pertenecer a esta clase de mujeres, bastante frecuente, que no quieren compartir la carrera de su marido,  a la que ven incluso con cierta desconfianza, si no hostilidad. Lo crucial para estas mujeres es la familia, el mundo íntimo; en cuanto pueden rescatan al cónyuge de sus ocupaciones (o le obligan a abandonarlas), aunque sean importantísimas como en este caso. Son la antítesis exacta de Lady Macbeth, y todos sabemos como terminaron Lady Macbeth y su marido.

No he visto suficientemente reconocidas estas cualidades, tal vez secundarias pero ciertas, en las cosas que he leído sobre Zapatero. No hablo, naturalmente, de los periódicos y otros medios de la oposición: exceptuando a Berlusconi en Italia, en ningún país de Europa el Presidente del Consejo de Ministros es objeto de un rechazo tan cerrado y violento como el que estos órganos reservan a nuestro Presidente. Nada de lo que hace está bien, cualquier medida se da por fracasada antes incluso de que haya empezado a aplicarse, toda declaración es objeto de repulsa, cuando no de mofa. Es el viejo fantasma franquista de la antiespaña que ha tomado cuerpo en este joven castellano, cuyo abuelo murió por España. Por otra parte, los que tendrían que defenderlo lo hacen con notable tibieza, sobre todo después de que se percataran de que Zapatero iba a llevar a la ruina al Partido Socialista en las próximas elecciones. Han conseguido echarlo (quizás en colaboración con su mujer), aunque demasiado tarde para ellos, probablemente.

Hay un hecho que los órganos de la oposición dan tan por sabido que no hace falta siquiera demostrarlo, y que ya es una convicción generalizada en toda España, incluso entre los mismos partidarios de Zapatero: el Primer Ministro miente. No es que mienta intermitentemente, como hacemos todos y más en particular los políticos: es que miente siempre, en todo lugar y ocasión, ya hable de economía, de relaciones exteriores, de la ETA o del tiempo que hará mañana. No veo demasiado claro que sus mentiras sean tales. Según el diccionario de la Academia, "mentir" es "decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa"; pero, ¿se puede decir lo contrario de lo que se ignora, y por lo tanto no se cree ni se piensa?  Cuando Zapatero proclamó que íbamos a alcanzar el nivel económico de Francia, monstruoso despropósito que provocó la hilaridad de propios y extraños y dejó sin habla a sus seguidores, no dijo una mentira porque era algo que debía suceder en el futuro, aunque las posibilidades de que se produjera fueran nulas; hizo un pronóstico, disparatado sí pero no mendaz. Era lo que  Zapatero pensaba que convenía decir en aquel entonces, en la inteligencia de que, si el pronóstico no se cumplía, no tendría que dar explicaciones porque su partido no se las exigiría, la gente no se acordaría y de sus adversarios no había que preocuparse porque lo critican siempre, con razón o sin ella. No es que supiera, pensase o creyese que íbamos a superar el producto per capita de Francia, o lo contrario. Es que, en definitiva, el Primer Ministro tiene el hábito de decir cualquier cosa para salir del paso.

Otras mixtificaciones de Zapatero podrían atribuírse a su optimismo antropológico o histórico, y son más propias de un iluso que de un  mentiroso. Al regreso de su reciente viaje a China, anunció que las autoridades chinas le habían prometido invertir la suma de 9.000 millones de euros en nuestro país; faltó tiempo para que los chinos desmintieran oficialmente la noticia, para bochorno de muchos pero no, al parecer, de Zapatero, que entre sus muchas virtudes posee la muy útil de la impasibilidad. No pienso que nuestro Presidente mintiera a sabiendas; quizás se trató de una interpretación defectuosa -¡es tan difícil el chino!-, o bien Zapatero decidió entender en el mejor sentido posible alguna alusión velada, o acaso lo que oyó de labios de su interlocutor fue una cita de Confucio, que le dió pie para decir lo que le interesaba decir a los periodistas en aquel momento.

Los años de su primer mandato transcurrieron con cierta placidez, tomando medidas de carácter social, estrechando lazos con los sindicatos y practicando a conciencia la más vacía retórica "progre". Introdujo algunos cambios en los usos y costumbres de los españoles que hubieran necesitado el asentimiento de una proporción mayor de la población, pero esto lo suelen hacer los socialistas en todas partes, y sólo le granjeó la enemistad de aquellos que, en cualquier caso, no habrían votado nunca por él. Su política exterior fue inepta (y en algún caso, como el de Cuba, indecorosa), pero no parece que esta faceta de la actividad gubernamental  preocupe mucho al pueblo español, o al mismo Zapatero. Pero durante el segundo mandato se produjo la crisis económica mundial, que puso de manifiesto la debilidad intrínseca de la economía española y la impreparación del gobierno ante esa eventualidad. Se ha especulado mucho sobre lo que indujo al Primer Ministro a negar con tanto ahínco, y durante tanto tiempo, la existencia misma de la crisis. No creo que  ignorase la gravedad de la situación: pienso más bien  que él sabía que la crisis conllevaría necesariamente dolorosos recortes de gastos sociales, y prefirió esperar a que la recuperación de los otros nos sacase las castañas del fuego. Al final ha tenido que aceptar  la realidad de la crisis, sus efectos peores para nosotros que para otros países europeos, los recortes sociales y el retroceso en el ránking mundial de España, que ha regresado a una posición quizás más acorde con nuestras posibilidades reales.


Es posible que el Partido Socialista pague con sangre el descrédito en que la crisis ha sumido al gobierno. Quien ha sufrido ya en sus carnes todas las consecuencias es Zapatero, el elegante, discreto y ponderado Primer Ministro cuya carrera política llegará a su fin dentro de un año. Entonces se habrán acabado los sinsabores, decepciones y disgustos inherentes a su oficio; podrá dejar de ver a sus "amigos" del partido y del gobierno y dedicar más tiempo a su familia, que tanto se lo agradecerá. Y en su nueva vida, que le deseamos lo más placentera posible, quizás reflexione a veces sobre los huidizos conceptos de "verdad", "realidad" y "sinceridad" y saque en conclusión, como han hecho prácticamente todos los españoles, que no debió de haber ejercido nunca el cargo de Presidente del Consejo de Ministros de España.


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III.  Berlusconi

A comienzos de los años sesenta del pasado siglo, un joven milanés recién licenciado en derecho se embarcó en un crucero en calidad de animador; era simpático y expansivo, cantaba bien las romanzas napolitanas, sabía francés y le gustaba mucho, pero mucho, contar chistes. Pasados algunos años aquel joven se hizo cargo de los negocios de su padre, empresario de origen humilde que había llegado a construir un pequeño imperio, y los hizo prosperar hasta convertirse en el hombre más rico de Italia. Más adelante pensó, como han pensado muchos empresarios de éxito, que las dotes y las técnicas que le habían permitido alcanzar la cúspide de su gremio podrían aplicarse, con el mismo resultado halagüeño, a cualquier otra actividad y sobre todo -¿por qué no?- a la política; es decir, que un país podía administrarse como una empresa. Y, sin dejar de contar chistes y de gastar bromas, el joven animador de fiestas acabó siendo Primer Ministro de Italia, y todavía lo es.

La historia reciente de Italia y los entresijos insondables de la política italiana hacían impensable el éxito de la operación: pero Berlusconi se salió con la suya, creó un partido de la nada (que muy bien podría volver a la nada cuando el Primer Ministro abandone la escena), se enfrentó a una oposición feroz e implacable  desde una situación personal precaria -a pesar de su fortuna y no siempre por culpa de los demás- y, ganando elecciones democráticas cuya validez nadie ha discutido, ha gobernado el país durante diez de los últimos diecisiete años. Para entender cómo esto ha sido posible, conviene que nos remontemos un poco en el tiempo.

Terminada la última guerra mundial, Italia se vio obligada a inventar su régimen político. El único partido organizado era el comunista y, viendo lo que había pasado en la vecina Grecia, nadie (y menos que nadie el secretario general del partido Togliatti) creía que los americanos fueran a dejar gobernar a los comunistas. La solución la dieron los católicos, organizando en muy poco tiempo un partido democristiano (que tenía sus raíces, no obstante, en la Acción Católica de los años 30, cuya mente inspiradora fue  Monseñor Montini) bajo la dirección de un hombre de extremada inteligencia, Alcide De Gasperi, que había sido parlamentario austríaco antes de la primera guerra mundial. Con la Democracia Cristiana gobernando, y el Partido Comunista en la oposición e imposibilitado de gobernar por la situación internacional y por su propia naturaleza, se creó un sistema perfecto, redondo y cerrado: los democristianos protegían la religión y el capitalismo y los comunistas se infiltraban en la sociedad civil, colocando poco a poco sus peones en sectores importantísimos como la educación, la magistratura o la prensa. En el mundo de la cultura su predominio llegó a ser asfixiante. Sin embargo, la imposibilidad del recambio fue bloqueando paulatinamente la situación, hasta llegar a la parálisis. Aldo Moro y Enrico Berlinguer intentaron romper el cerco con la maniobra llamada "compromesso storico", que no era otra cosa que la entrada de los comunistas en el gobierno, pero las Brigadas Rojas frustraron aquellas esperanzas  al asesinar a Moro: la incapacidad del Estado de salvar al político democristiano fue otro aviso de que el sistema había dejado de funcionar.

Llegados a la encrucijada, un político socialista, Bettino Craxi, intentó alzarse con el santo y la limosna. El ejemplo de Craxi era Mitterrand, que había resucitado al Partido Socialista francés eliminando con las mismas al Partido Comunista. Pero, a pesar de la cercanía geográfica, en Italia la situación era muy distinta. Hemos dicho ya que entre los sectores de infiltración comunista se encontraba la judicatura; los comunistas italianos respondieron a las maniobras de Craxi con la espectacular operación "Mani pulite", dirigida por los jueces y fiscales de Milán. El plan salió muy bien y Craxi tuvo que exilarse a Túnez; pero diríase que el éxito se le subió a la cabeza a los magistrados milaneses, que no se detuvieron allí y prosiguieron la misión que se habían atribuido ellos mismos de depurar a fondo la sociedad italiana, como quien dice limpiar los establos de Augías. El resultado último fue la práctica liquidación de la democracia cristiana.  Los comunistas se percataron, demasiado tarde, de que al expulsar a los democristianos del primer plano ellos mismos se habían quedado descolocados: "it takes two to tango"*, dicen los americanos. A la caída del Muro de Berlín,  los comunistas reaccionaron brillantemente constituyéndose en partido socialdemócrata, como habían hecho sus correligionarios de Europa Oriental. Con ello adquirieron sus credenciales como partido democrático: ya eran como los demás partidos europeos, podían gobernar, incluso solos. Pero el Partido Demócrata Cristiano ya no estaba allí para devolver la pelota desde el otro lado de la red.

Entonces apareció Berlusconi. El empresario milanés ofrecía a los ex-comunistas una oportunidad de recrear un sistema bipartidista menos imperfecto, y gobernar alternativamente. Muy pocos de ellos supieron apreciarla: quizás solo uno, el  perspicaz D'Alema, entendió que Berlusconi estaba allí para quedarse y trató de hacer algo para institucionalizar la situación. Pero la ideología del nuevo partido  era de derechas, sin los rodeos, disimulos y circunloquios de la vieja Democracia Cristiana, y esto los neosocialdemócratas no podían aceptarlo. D'Alema pagó con su carrera política las consecuencias de su actitud, y el juego de la alternancia democrática se convirtió en una guerra sin cuartel. Berlusconi tenía el poder que le confería su desmesurada riqueza, pero muchos puntos flacos también. Parte de su imperio estaba compuesto de medios de comunicación, entre ellos la televisión que le daba una ventaja manifiesta sobre sus adversarios**. Aparecieron de nuevo los magistrados milaneses, cansados de dejar delitos impunes o, si acaso, de encarcelar a pobres pequeños empresarios por infracciones menores. La batalla fue descomunal y no ha terminado todavía, aunque yo creo que ahora los jueces tratan más de hostigar a Berlusconi y obstaculizar su acción que de conseguir una inculpación; ya han fracasado demasiadas veces. Y es que el Primer Ministro, cuyas prácticas empresariales (no de gobierno) son cuando menos dudosas, además de un ejército de abogados italianos -con lo que está todo dicho- tiene un aliado que en democracia es invencible: el ciudadano que vota.

Los electores han votado sistemáticamente a Berlusconi todos estos años, sin darle no obstante la mayoría absoluta. Tiene que hacer alianzas arriesgadas, que alguna vez le han salido mal. Su principal aliado actual es Umberto Bossi, el líder del movimiento autonomista de la Lega Nord, hombre de voluntad inquebrantable y de una grosería sin límites, que llama a Berlusconi "il Berlusca" y  una vez equiparó la bandera italiana al papel higiénico. Hace unos años padeció un ataque que le dejó  medio cuerpo paralizado, pero esto no le ha impedido seguir controlando a sus huestes con puño de hierro. Este político, de origen modestísimo, sin estudios ni oficio conocido, tiene en sus manos entorpecidas por la minusvalidez la llave de la gobernabilidad de Italia. Una vez ya hizo caer un gobierno de Berlusconi, y no dudaría un momento en hacer caer el actual si pensase que es contrario a los intereses de su región, que él llama con el nombre completamente inventado de "Padania". Otro aliado fue el neofascista Fini, ambicioso y poco de fiar, que pensó que podría desplazar a Berlusconi del liderazgo y ahora se ha quedado solo, porque los de su partido no le han seguido.

Berlusconi es bajo y gasta zapatos de tacón alzado, como su colega francés. Lleva el pelo de los aladares teñido, y el de la parte superior de la cabeza, que es fruto de un transplante, da la extraña sensación de estar sombreado a lápiz encima de la piel. Acostumbra ir maquillado, y durante las largas reuniones a las que tiene que asistir constantemente se retoca el maquillaje con un algodón, sin molestarse en disimular. Se da la paradoja que en el país de Europa donde hay mejores sastres, el hombre más rico del país lleva trajes que le caen como un tiro. Sus matrimonios no han sido muy afortunados; se ha divorciado dos veces, la última recientemente, y su segunda mujer, que en su juventud actuó desnuda en algún teatro de Milán, ha pedido un millón de euros al mes por concepto de alimentos. La distracción predilecta del Primer Ministro, además del fútbol, es organizar pequeñas fiestas en alguna de sus suntuosas residencias, con señoritas agraciadas que acuden de la mano de un par de amigos y colaboradores. Durante estas fiestas Berlusconi toca el piano, canta y cuenta chistes. Debe de creer que está otra vez en el barco. Los amigos han impartido instrucciones a las señoritas, antes de la fiesta, para que rían los chistes o aplaudan cuando se les dé la señal. Después las invitadas reciben generosos obsequios y  se van a su casa, o por lo menos esto es lo que han declarado el anfitrión y varios de los huéspedes a los inevitables jueces de Milán, que se han precipitado como perros de presa en cuanto han olfateado sangre. Y es que una de las invitadas tenía, al parecer, menos de 18 años (increíble la imprudencia de los organizadores, y del propio Berlusconi); los magistrados ya han encausado a varios de los asistentes a las fiestas por proxenetismo, y tratarán de procesar al Primer Ministro por incitación a la prostitución de una menor.

Algunos miembros de la oposición - los más inteligentes - empiezan a pensar que el encarnizamiento de los jueces es contraproducente. Muchos ciudadanos de a pie creen que los esparcimientos de Berlusconi son normales en un hombre divorciado, y en todo caso son más inofensivos que la práctica de perseguir a las mujeres de los amigos, común en la clase media de Occidente. La acción de los jueces, con las incontables denuncias, diligencias y citaciones a comparecer que ha tenido que sufrir el Primer Ministro desde que formó su primer gobierno,  empieza a verse como una verdadera persecución, y en definitiva es muy posible que todo esto le acabe beneficiando, sobre todo en las próximas elecciones.

Con unas pocas excepciones, los medios de prensa italianos están moderando bastante sus ataques a Berlusconi. No así los extranjeros: es curioso, por ejemplo, lo que ocurre con los periódicos de derecha europeos, que por lo menos tendrían que tratar con objetividad al Primer Ministro de Italia y le critican casi más que los periódicos de izquierdas, y con mayor superficialidad. Ello podría deberse al desdén por Italia y  lo italiano, bastante común entre personas ignorantes, pero yo creo más bien que los periodistas de derechas, siempre acomplejados ante sus colegas de la otra banda, quieren  demostrar que pueden adoptar una actitud independiente frente a un político de su cuerda, y  críticar a Berlusconi es fácil.

No es que el empresario transformado en político no se preste a críticas. Ya hemos hablado de sus intereses económicos, que en países de más tradición democrática lo habrían descalificado para la política, y de sus actividades empresariales poco claras. En el terreno puramente político, por su formación de empresario y por su carácter Berlusconi es mejor en la intervención rápida que en el largo plazo: en esto se diferencia de sus predecesores democristianos, intelectuales y juristas lentos y escrupulosos, que si hubiesen tenido que apagar un incendio, digamos, no habrían llamado a los bomberos hasta haber determinado a qué jurisdicción correspondía el lugar del suceso. Las reformas son una de las principales promesas electorales de Berlusconi; reformas de gran calado, con la intención de eliminar de una vez por todas las múltiples trabas, vicios y malas prácticas que entorpecen la acción del Estado italiano desde su creación. Es una promesa muy ambiciosa, porque reformar el Estado significaría hacer de Italia un país completamente distinto: pero para esto es necesaria una profundidad de visión que Berlusconi no posee, y hasta ahora reformas ha habido pocas, y sus resultados han pasado casi desapercibidos. Yo creo que la herencia que dejará al pueblo italiano, y que debería granjearle el agradecimiento de sus conciudadanos, es haber ofrecido una alternativa al régimen con el que democristianos y comunistas gobernaron Italia durante tantos años, y que al final había perdido ya toda razón de ser.


* "Hacen falta dos para bailar el tango".  Pero la traducción española no recoge la aliteración, que es la que da toda su gracia a la frase.

**  Los americanos han resuelto el problema de los políticos ricos obligando a los recién elegidos a confiar toda su fortuna a un administrador. Es  lo que llaman un "blind trust", consistente en que el administrador gestiona todos los bienes del administrado sin que éste pueda intervenir en ningún momento. Pero, ¿se imaginan ustedes algo semejante en Italia, o desde luego en otros países de Europa, como el nuestro sin ir más lejos?

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